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Capítulo 3

작가: Gala Montero
Patricio se apresuró a sostener a Camila. Valeria ni siquiera volteó; se dio la vuelta y se marchó.

Tan solo verlos juntos le revolvía el estómago.

Mientras se alejaba, escuchó el grito furioso de su padre a sus espaldas.

—¡Valeria, regresa! ¿¡Quién era ese tipo!?

«Claro», pensó ella con amargura, «mi papá siempre fijándose solo en lo que yo hago mal».

«Le dije que Camila y Patricio se estaban comiendo a besos, pero hizo como que no oyó nada».

Pero ya estaba acostumbrada. Desde que su madrastra Regina llegó con Camila cinco años atrás, ella había perdido su lugar en esa casa.

Si no fuera porque temía que maltrataran las cosas de su mamá, jamás habría vuelto a pisar esa casa.

Intentó calmarse un poco y, al llegar a la oficina, Sofía Ramírez se le acercó de inmediato.

—¡Vale, ya llegó el cliente! ¡Vino el jefe! Parece que sí le importa mucho la colaboración con nosotras.

—¡Y preguntó específicamente por ti! ¡Échale ganas, Vale! Mi viaje a Europa el mes que viene depende de ti.

Valeria entró a la sala de juntas y de inmediato reconoció al individuo sentado frente a ella.

Ella, que siempre era tan resuelta en el trabajo, por primera vez titubeó un instante.

Jamás se imaginó que se trataría de Damián Figueroa.

Él se puso de pie. Su semblante serio permanecía impasible mientras extendía la mano con calma.

—Señorita Rivas, un placer. He oído hablar maravillas de usted.

«Su tono era tan distante...», pensó Valeria, «como si nada de lo de anoche hubiera pasado».

Valeria se recuperó y adoptó una actitud profesional al estrecharle la mano.

—Señor Figueroa, qué honor tenerlo aquí.

Tras las formalidades, Valeria se sentó frente a Damián y comenzó a exponer la propuesta.

—Nuestro enfoque esta vez es 'Regreso a lo natural', para diferenciar a su compañía de otros productos similares…

Ya en su faceta profesional, el semblante de Valeria era de total concentración.

De por sí era atractiva, con facciones llamativas, y el pequeño lunar carmesí junto a su ojo le daba un aire cautivador, casi hipnótico.

Pero la mirada de Damián se detuvo, sin disimulo, en el escote de Valeria, mientras recordaba cómo le había quitado esa misma ropa la noche anterior.

Sus largos dedos tamborileaban sobre la superficie brillante de la mesa, dándole un aire entre relajado y sofisticado.

—¿Señor Figueroa?

Lo llamó Valeria con discreción, sacándolo de su ensimismamiento.

—¿Qué le parece la propuesta?

Él la miró.

—La idea es interesante, pero la propuesta aún no cumple con lo esperado.

Damián consultó su reloj y volvió a mirarla.

—Tengo otra reunión ahora. Mejoren la propuesta y agendamos otra cita.

Su expresión distante, acentuada por sus ojos rasgados y penetrantes, lo hacía parecer completamente impasible.

«¡Increíble!», pensó Valeria. «¿Así nomás me usa y se va?».

Valeria observó cómo se marchaba, confirmando que la fama de Damián Figueroa de ser un cliente difícil era cierta.

Sofía se acercó.

—¿Y bien? ¿Qué tal te fue?

Valeria se tocó la punta de la nariz.

—Hay que volver a trabajar en la propuesta.

La expresión de Sofía se ensombreció al instante.

—Ay, Vale... si no cerramos este contrato, la agencia...

Luego miró a Valeria.

—Oye, Vale... ¿y si le pides ayuda a tu papá? Seguro tiene algún proyecto o contacto...

—No, Sofi. Olvídalo. Voy a conseguir este contrato, ya verás.

Cuando terminó la carrera, su padre quiso que entrara a trabajar en Construcciones Metrópoli, la empresa familiar. Pero Camila también iba a estar ahí, y Valeria no estaba dispuesta por nada del mundo a compartir oficina con ella.

Le pidió que le buscara otro puesto a Camila, pero él la regañó, llamándola malagradecida y egoísta por no querer a su hermana.

«¿Hermana?», pensó Valeria. «¿Desde cuándo Camila era su hermana?».

«Solo era la hija de la amante de papá».

Por eso, en un arranque, fundó su propia agencia de publicidad y juró que jamás aceptaría ayuda de su padre.

Y después de lo que había pasado recientemente, ni loca le pediría ayuda.

Apretó la carpeta que tenía en las manos y frunció los labios, mirando hacia donde se había ido Damián. Había tomado una decisión.

«Cueste lo que cueste, voy a conseguir ese contrato con Damián Figueroa».

Se dio la vuelta hacia su oficina.

—Avísale a todos. Junta ahora mismo.

Trabajó sin descanso hasta que cayó la noche. Las luces de la ciudad ya brillaban tras los ventanales de la oficina. Justo cuando se masajeaba el cuello adolorido, sonó su celular.

Vio el nombre de Rodrigo García en la pantalla y contestó.

—¿Bueno? ¿Qué pasó?

Del otro lado se escuchó la voz relajada de su amigo.

—¡Vale! ¿Cómo estás? Oye, un amigo mío anda buscando quién le haga un trabajo. ¿Te vienes a tomar algo y platican?

Al oír la palabra "trabajo", Valeria no pudo negarse.

La agencia apenas estaba despegando y necesitaban clientes con urgencia. Aceptó, colgó y salió de la oficina.

Siempre tenía ropa de repuesto en el armario de la oficina para estas ocasiones. Como llevaba el mismo atuendo desde la mañana, decidió cambiarse.

Rodrigo era su amigo de toda la vida, y también el clásico junior rico y vividor.

Las reuniones que él organizaba casi siempre eran en antros, así que se puso un vestido de terciopelo rojo con tirantes delgados, más apropiado para la ocasión. Como refrescaba un poco, se puso un saco antes de ir hacia la dirección que él le había mandado.

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