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Capítulo 7

Author: Gala Montero
Aquel día era especial, sin duda. Se cumplía el quinto aniversario de la muerte de su madre.

Desde hacía tres años, Arturo ya ni se acordaba; solo Beatriz lo tenía presente y cada año, ese mismo día, la acompañaba al panteón.

Lo peor era que ella misma, Valeria, casi lo había olvidado. Se le encogió un poco la mano que sostenía el teléfono mientras volvía a ver la imagen de su madre en el instante de su muerte. Cerró los ojos un momento.

Beatriz continuó al otro lado de la línea:

—Vale, ¿vamos en la tarde a ver a tu mamá al panteón?

—Sí, claro.

Respondió Valeria. Al final, no pudo decirle que no a Beatriz.

Colgó y vio la hora en el celular. Eran apenas las ocho de la mañana. Lo dudó un momento, pero se levantó y fue a la oficina.

Últimamente, las cosas en la empresa no iban bien, pero Rodrigo, quizá consciente de que se había pasado el día anterior, le había conseguido a Valeria un contrato con uno de los negocios de su familia.

Incluso le había enviado un mensaje de disculpa por WhatsApp, con un tono algo zalamero:

[Vale, en serio, ya no estés enojada. Ayer Patricio me estuvo llorando para que le diera un poquito de apoyo, por eso lo ayudé.]

[Este contrato se lo saqué con súplicas a un socio de mi papá. Ya que yo maneje la empresa, todos los proyectos de publicidad van a ser para ti.]

Debajo de esas líneas, adjuntó un contrato electrónico y añadió:

[Le voy a decir a mi gente que te busque para coordinar todo. Tú tranquila.]

Valeria arqueó una ceja. No contestó, pero la verdad es que no podía enojarse con Rodrigo.

Se conocían desde niños, habían ido a la misma escuela desde la secundaria, y él sabía perfecto cuánto le había importado Patricio Garza en el pasado.

Era comprensible que quisiera que volvieran a estar juntos.

Solo que ella era así: amaba con el alma, pero cuando dejaba de querer, soltaba por completo.

Rodrigo la conocía bien; si no, no se habría disculpado ese día.

Bueno, algo es algo.

Aun así, incluso con ese contrato de Rodrigo, la ayuda era mínima para la situación actual de la empresa. La renta y los pagos de los préstamos estaban por vencer.

Se recargó en el respaldo de su silla y se frotó el puente de la nariz con cansancio.

Después de pensarlo, decidió insistir con el contrato de Damián, así que abrió la conversación con él en WhatsApp.

La verdad era que lo había agregado hacía mucho tiempo, pero salvo por el breve intercambio de la otra noche, nunca habían hablado.

El chat solo mostraba el mensaje que ella le había enviado: “¿Dónde estás?”.

Debajo aparecía el signo de interrogación que Damián había mandado como respuesta, seguido casi de inmediato por su dirección.

Y nada más.

Ahora, al verlo, le daba algo de vergüenza. Se pasó pensativa la lengua por los labios y sus dedos teclearon en la pantalla un buen rato antes de armar un mensaje.

[Señor Figueroa, ¿cree que tenga tiempo pronto para que hablemos otra vez de la propuesta? O si gusta, yo lo puedo invitar a comer.]

Esperó un rato. Damián no contestó, así que se puso a trabajar en otras cosas.

Llegó la tarde y seguía sin respuesta. Valeria miró la pantalla del celular, pensativa.

Entonces se levantó, salió de la oficina y manejó a toda velocidad hacia la casa de los Garza para recoger a Beatriz.

Solo que, al llegar, Patricio también estaba ahí. Tenía los ojos rojos, como si no hubiera dormido en toda la noche.

En cuanto vio a Valeria, Beatriz apresurada jaló a Patricio hacia ella.

—Ándale, Patricio, pídele perdón a Vale.

Él se acercó a Valeria.

—Vale, perdóname. Te juro que no hay nada entre Camila y yo. No le vuelvo a hablar nunca.

Valeria no dijo nada. Se volteó hacia Beatriz con una linda sonrisa.

—Madrina, súbete.

No le hizo el menor caso a Patricio.

Beatriz le sonrió y le guiñó un ojo a su hijo. Él se acercó rápido a abrirle la puerta a su mamá y luego se paró junto a Valeria.

—Deja que yo maneje. Hoy soy tu chofer.

Valeria siguió sin expresión, pero tampoco se negó. Se subió al asiento trasero del carro con Beatriz.

El panteón donde descansaba su mamá estaba en las montañas al poniente de la ciudad. La carretera serpenteaba cuesta arriba. Valeria miraba el paisaje por la ventana.

Beatriz platicaba con ella de forma casual, aprovechando cada pausa para hablar bien de Patricio. Valeria no quería contradecirla en ese momento, así que solo respondía con monosílabos o asentimientos vagos.

Al bajar del carro en la parte alta, Beatriz tomó a Valeria del brazo para caminar adelante; Patricio las seguía a muy corta distancia. Acababa de llover y el sendero de tierra estaba algo resbaloso.

Cuando Valeria llegó frente a la lápida de su madre y vio la fotografía, su expresión titubeó por un instante.

Incluso ahora, cinco años después, le costaba aceptar que su madre ya no estaba. La mujer que recordaba llena de vida y sonrisas había enfermado de gravedad y muerto de pronto, todo en menos de un mes.

Al recordar cómo se veía su madre al morir, a Valeria se le llenaron los ojos de lágrimas.

Dejó los claveles que llevaba sobre la tumba y las lágrimas rodaron por sus mejillas sin poder contenerlas.

—Ay, Susana, quién diría que ya pasaron cinco años. —Empezó a decir Beatriz, dirigiéndose a la lápida—. Tú tranquila, eh. Vale es muy obediente, y se puso guapísima, igual que tú.

La madre de Valeria se llamaba Susana Lozano.

Mientras dejaba las flores y otras cosas que había llevado ante la tumba de Susana, Beatriz continuó:

—Además, tu Vale va a tener a mi Patricio para que la cuide, así que tú puedes estar tranquila. Y si Patricio se atreve a lastimarla, ¡yo misma lo echo de la casa!

Patricio también se apresuró a acercarse y prometer:

—Tía Susana, no se preocupe. Le juro que voy a cuidar muy bien a Vale.

Valeria se tocó la nariz y desvió la mirada. «Era imposible que volviera con Patricio». Pero no quería discutir eso frente a la tumba de su madre, así que no dijo nada.

Terminaron de arreglar la tumba y comenzaron a bajar silenciosos por el sendero. Mientras caminaban, su celular vibró en el bolsillo.

Sacó el celular y vio que era un mensaje de Damián.

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