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Capítulo 2

Author: Anónimo
Al regresar a casa y ver la habitación vacía, entendí claramente, Andrés estaba al lado de Aurora en el hospital.

Abrí la puerta de la habitación del bebé y me quedé mirando el espacio rosado.

Había una cuna rosa, llena de juguetes infantiles: un auto rosado, un peluche de fresa rosado...

El armario estaba repleto de vestidos rosados para todas las edades, desde recién nacida hasta los tres años.

Cuando supe que estaba embarazada, al principio me sentí confundida. No estaba segura para ser madre.

Pero Andrés estaba emocionadísimo.

Una noche me levanté para ir al baño y noté que él no estaba en la cama. Lo encontré en el estudio, sentado frente a la computadora.

La luz de la pantalla iluminaba con suavidad su rostro guapo y sereno.

Estaba buscando “cómo cuidar a una mujer embarazada” y había llenado páginas enteras de notas en un cuaderno.

Fue en ese instante cuando caí en la cuenta: voy a ser madre.

Al principio, toda mi ilusión por este bebé venía de Andrés.

Porque era el hijo del hombre que amaba, terminé colmando de cariño al pequeño tesoro que crecía en mi vientre.

Más tarde, mi amor creció junto con mi barriga, y Andrés se volvió un fanático de comprar cosas de bebé en todos los centros comerciales.

Pero siempre insistía en comprar solo artículos para niña.

Me reía y le decía: —¿Cómo sabes que es una niña? ¿Y si es un niño?

Él ponía cara de orgulloso, apoyaba la mejilla en mi barriga y decía con los ojos llenos de felicidad.

—No lo entiendes. Esta es una conexión entre papá e hija. Siento que vas a tener una niña preciosa.

De repente, unos pasos me devolvieron a la realidad. Me di la vuelta y vi que Andrés había regresado, llegaba con el rostro cansado, se acercó y me guío hacia el sofá.

—Cariño, no estés tanto tiempo de pie estando embarazada. Se te hincharán las piernas.

Como yo permanecía en silencio, añadió:

—Cariño, hoy hubo un imprevisto. La situación de Aurora está muy mal, ¿no te enojas, verdad? Fue mi culpa, no debí dejarte sola en el hospital. No volverá a pasar.

Sus ojos parecían sinceros, como si realmente pudiera cumplirlo.

Pero no era la primera vez que lo decía. Cada vez que Aurora tenía un "imprevisto", él siempre elegía a ir con ella.

Intentó masajearme las piernas, pero de pronto olí un perfume dulce en su ropa.

Era el aroma a rosas que tanto le gusta a Aurora.

Sentí una náusea y vomité de inmediato.

Andrés, alarmado, me acercó el cubo de basura: —¿Qué pasa? ¿Volviste a tener náuseas?

Cuando me recuperé, respondí exhausta: —No son náuseas del embarazo, es que me das asco.

—¿Qué dijiste? —no había entendido.

—Dije que no son náuseas, que me da asco el perfume en tu ropa.

Su rostro se llenó de dolor.

—Cariño, es que...

Lo interrumpí: —Divorciémonos.

Quedó paralizado. De pronto me abrazó con fuerza, con la voz temblorosa.

—Cariño, no digas esta palabra nada más, duele mucho. Ya vamos a tener un bebé, ¿cómo podemos divorciarnos? Debemos envejecer juntos.

Lo empujé y lo miré fijamente: —Andrés, te dije claramente que si te ibas, terminaríamos, ¿no me oíste?

Se puso nerviosísimo: —No es como piensas…

Lo aparté, no quería sus explicaciones.

Desde que Aurora regresó, jamás me eligió primero a mí entre las dos.

Entré a la habitación y cerré la puerta con llave, ignoré sus golpes en la puerta mientras las lágrimas caían sin parar.

El bebé en mi vientre, como si sintiera mi triste, comenzó a agitarse.

Acaricié mi barriga para calmarlo.

"Lo siento, mi bebé. Haré que nazcas sin papá. Pero no quiero que seas como yo, abandonado una y otra vez por tu padre, viendo cómo corre hacia otra persona."
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