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Capítulo 04

Author: Ana Fénix
—Nada —respondió Camila, guardando el formulario en el bolsillo mientras continuaba caminando sin mirar atrás.

—¿Tienes control prenatal en unos días, no? —gritó Lucas, a sus espaldas—. Cuando termine de cuidar a Renata, iré a buscarte para ir al hospital.

Camila se detuvo de golpe, y, sin poder evitarlo, las lágrimas… comenzaron a deslizarse por su rostro.

—Lo hablamos después —respondió con voz temblorosa. Luego se dio la vuelta y lo miró fijamente—: Lucas, tus cinco oportunidades se acabaron.

—¿Qué? —inquirió Lucas, frunciendo el ceño.

—Camila, ¿qué cinco oportunidades? Eso fue una broma, ¿no? Yo nunca lo tomé en serio… y tú tampoco deberías. Cuando la mano de Renata esté bien, volveré contigo y con el bebé.

Una sombra de culpa pasó fugazmente por sus ojos. Pero, aun así, se fue… abrazando a Renata.

Camila lo observó alejarse, apretando los labios.

«Lucas… tus cinco oportunidades se terminaron. A partir de ahora, no volveré a dejar que me hagas daño», pensó.

Al bajar al primer piso, Camila sacó su celular para pagar la hospitalización.

Mientras hacía fila, se tambaleó y estuvo a punto de caerse, pero una enfermera se apresuró a sostenerla.

—Señorita, tiene muy mal semblante. ¿Por qué vino sola a pagar? ¿Dónde está su esposo? Déjeme ayudarla.

—Gracias…

El corazón de Camila, que llevaba días completamente frío, sintió un ligero calor.

Hasta una desconocida podía notar que estaba mal. Pero ¿Lucas…?

En sus ojos solo había espacio para Renata… como si Camila ni siquiera existiera.

Camila permaneció hospitalizada tres días, durante los cuales Lucas no la llamó ni una sola vez.

¡Lo imaginaba!

Quizás en ese tiempo… ni siquiera había regresado a casa.

—Señorita Camila, vengo a revisarla para ver si ya puede ser dada de alta —dijo una doctora, entrando con un grupo que hacía ronda por las habitaciones.

Mientras la examinaban, conversaban entre ellas:

—¿Supieron que la famosa Renata estuvo internada en este hospital?

—Sí, por una quemadura en la mano. Nada grave, pero estuvo hospitalizada hasta hoy.

—¿Y ese hombre que estaba con ella? ¡Qué guapo, de verdad! ¿Será su novio?

—No sé, pero la cuidaba con tanto esmero. Si yo tuviera un novio así…

Camila escuchó cada palabra con claridad.

¡Qué ridículo!

Ella era la esposa de Lucas. Y él, en el mismo hospital, había estado cuidando a otra mujer durante tres días seguidos.

—Señorita Camila, ya puede salir. ¿No ha venido nadie a buscarla?

La médica parecía curiosa. Durante esos días no había visto a ningún familiar. Todo lo hacía ella sola.

—No… no viene nadie —respondió Camila con una leve sonrisa cansada, mientras se levantaba lentamente de la cama y empezaba a empacar sus cosas.

—Qué injusta es la vida… —susurró una enfermera antes de marcharse.

Cuando Camila volvió a casa, encontró a Lucas en la cocina, usando un delantal y cocinando una olla de avena.

Tres años de matrimonio… y nunca lo había visto cocinar hasta ese momento.

Por un instante, pensó que tal vez… por fin se había dado cuenta de algo. Pero, en cuanto la vio entrar, Lucas la regañó sin darle tiempo a hablar:

—¿Por qué tardaste tanto en volver? ¡Ya estás de cuatro o cinco meses! ¿Por qué andas por ahí como si nada? ¿No puedes quedarte tranquila en casa?

Camila frunció el ceño. Quería responderle. El embarazo del que hablaba tenía menos de tres meses, pero él ni siquiera lo sabía…

Pero ya no importaba.

Camila estaba agotada. No dijo nada y subió las escaleras. Solo quería dormir.

Entonces, una figura radiante bajó corriendo del segundo piso como una ráfaga.

—¡Lucas! ¿Ya está lista la avena? ¡Muero de hambre!

Era Renata.

Camila la miró con frialdad.

¿Él también la había traído a casa?

—Ya casi está, pequeña glotona. Ven, siéntate. —Lucas sirvió la avena y también le dio una porción a Camila—. Tú también, ven a comer.

Camila se quedó quieta. No se movió.

—¿Qué hace ella aquí?

—Camila —respondió Renata con tono dulce—, mi departamento está en remodelación. No tenía a dónde ir, así que Lucas me ofreció quedarme. Espero que no te moleste…

—No tienes que preguntarle —interrumpió Lucas—. Esta es mi casa, no la de ella. No necesitas su permiso.

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