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Capítulo 2

Author: Mora Quintera
Lía respiró hondo, conteniendo a la fuerza la punzada amarga en el pecho, y giró la cabeza hacia el ventanal de piso a techo del despacho.

Afuera, el sol brillaba con fuerza, los autos iban y venían sin parar, y la ciudad enorme de Valdoria se extendía ante sus ojos.

De pronto recordó que el despacho Esquivel & Serrano Abogados, tan famoso ahora en toda Valdoria, en realidad había empezado en esa pequeña oficina.

Fue en esos años cuando vendió el departamento que tenía a su nombre para ayudar a Darío a pagar la renta de esa oficina.

Ahora, todo aquel nivel del edificio era de Darío.

Recordaba que el día en que firmaron el contrato de renta de aquella oficina también había amanecido igual de despejado.

—¿Y si al despacho le ponemos Esquivel & Serrano? —había preguntado ella, riendo, llena de ilusión.

—Puede llamarse como tú quieras, me da igual —Darío no había cambiado de expresión—. Decide tú.

Lía, eufórica, se había lanzado a sus brazos, pero él la había arrancado de su pecho sin la menor piedad, apartándola de un tirón.

—No me gusta que la gente me abrace.

Lía, sin embargo, había seguido riendo como si nada y volvió a enterrarse en su abrazo.

—Pues yo sí te voy a abrazar.

En aquel entonces, riendo con una seguridad que le salía del alma, le había prometido a Darío que iba a ayudarlo a convertirse en el mejor abogado de toda Valdoria.

Darío había dicho que le daba igual, que para él lo único importante era que Lía fuera feliz.

Ella había cumplido su palabra.

Él, en cambio, le había mentido.

***

Lía tenía demasiadas cosas en la oficina.

Tantas que, después de varias horas, todavía no acababa de empacar.

Al fin y al cabo, desde que habían fundado el despacho hasta ese día, ella había estado detrás de Darío, planeando, cubriéndole la espalda, apagando incendios.

Aunque el despacho fuera de Darío, también era fruto de su esfuerzo, de su vida entera.

Los empleados miraban a Lía mientras recogía sus cosas y no podían evitar cruzarse miradas de desconcierto, pero ninguno se atrevía a acercarse.

Lo que había pasado en la boda, evidentemente, ya corría por todos los pasillos, de boca en boca.

Solo que Darío era el jefe; no se atrevían a criticarlo a sus espaldas, a menos que de verdad no quisieran seguir trabajando ahí.

Justo cuando Lía por fin terminó de empacar todo y estaba por llamar a una empresa de mudanzas para que se llevaran las cajas, el celular le sonó de pronto.

Era la mamá de Darío, Norma Serrano.

Lía apretó los labios y deslizó el dedo para contestar.

—¿Bueno? ¿La señorita Lía? —al otro lado no se escuchó la voz de Norma, sino la de la empleada doméstica, tensa y agitada—. No logro comunicarme con el señor Darío. A la señora le dio un ataque de nervios y la trajeron al hospital, ¿podría venir?

—Sí, voy para allá.

Cuando Lía llegó al hospital, encontró a la señora Norma sentada en la cama, comiendo una manzana que la empleada le había pelado.

En cuanto la vio entrar, el rostro pálido de Norma Serrano se tiñó al instante de ansiedad y enojo. Puso cara severa y empezó a regañarla:

—Lía, ¿qué está pasando entre tú y Darío? Casarse es cosa seria, ¿cómo pueden jugar así? Cancelar la boda el mismo día… si esto se llega a saber, ¡qué vergüenza!

A Lía le empezó a sudar la frente. Solo de verla con fuerzas para regañar, supo que no estaba tan grave; seguramente solo se había alterado al enterarse de que habían cancelado la boda y el coraje le había disparado la crisis.

—Señora Norma, por favor, no se enoje.

—¿Cómo no voy a enojarme? —Norma frunció el ceño y, quizá por lo rápido que estaba hablando, el pecho se le subía y bajaba agitado—. Darío es muy terco, cuando se le mete algo en la cabeza no hay quien lo saque. Lía, ¿cómo no lo frenaste? ¿Cómo lo dejaste hacer esta locura?

Lía respiró hondo y, armándose de paciencia, le explicó:

—Cuando estábamos en la boda, Amalia se tiró desde la azotea del hotel.

—¿Qué? —Norma se quedó helada—. ¿Y la niña está bien?

—Está bien. Darío ya la llevó al hospital.

Norma se dio unos golpecitos en el pecho.

—Qué susto… menos mal que está bien.

Solo cuando entendió todo lo que había pasado, Norma se tranquilizó un poco. No dejó de repetirle a Lía que se encargara de todos los asuntos pendientes por la cancelación de la boda y que no le causara problemas a Darío.

Después de todo ese alboroto, su cuerpo débil ya no aguantó más y se quedó dormida al poco rato.

—Señorita Lía, perdón por hacerla venir —dijo la empleada, con el rostro lleno de pena—. Yo me encargo de aquí, mejor vaya a atender sus cosas.

Lía miró un momento a Norma, profundamente dormida en la cama.

—A partir de ahora, por favor ya no me llame por nada de lo que pase aquí, yo…

Pero no alcanzó a terminar. La empleada, todavía con expresión apenada, se apresuró a decir:

—No se enoje, señorita Lía. Lo que dijo la señora hace rato, no se lo tome tan a pecho. Ella es así, tiene ese carácter. A la señorita Amalia prácticamente la vio crecer, es normal que la consienta un poquito más, pero en verdad a usted también la quiere mucho…

A Lía se le escapó una mueca amarga. Hasta la empleada se daba cuenta de que Norma prefería a Amalia.

—No estoy enojada con la señora —dijo Lía en voz baja—. Darío y yo ya terminamos. De ahora en adelante, lo que tenga que ver con él no es asunto mío. Si pasa algo con la señora, llámelo directamente a él.

Lía se dio media vuelta, sin prestarle atención al gesto atónito de la empleada.

Al alzar la vista, vio a Darío y a Amalia parados a unos pasos de ahí…

Lía se cruzó con la mirada de Darío. Aquel rostro perfecto, por más que lo mirara, siempre le parecía impecable.

“Claro. Si no fuera por esa cara, ¿cómo habría podido lanzarme así de cabeza a esta historia…?”

—¿Por qué no estás manejando ya todo lo de la cancelación de la boda? —soltó Darío, frunciendo el ceño—. Me están llamando a mí.

Lía sintió un sabor amargo subirle al pecho. Darío, de verdad, no la quería.

Solo quería a alguien que le limpiara todos sus desastres.

Y ella, como tonta, se le había pegado, creyendo que todo eso era prueba de amor.

Y aun así, entre ellos sí había recuerdos bonitos.

Uno tras otro, eran los recuerdos más valiosos de Lía, lo único que la había mantenido empeñada en seguir adelante, aunque todo se pusiera oscuro.

Pero ahora… ya era momento de soltarlo todo.

—Lía, de verdad, perdón por lo de hoy —dijo Amalia—. Arruiné tu boda con Darío, te debo una disculpa.

Lo dijo con un tono mecánico, sin un gramo de sinceridad, como si estuviera repitiendo una frase memorizada. Luego se colgó del brazo de Darío y su voz se volvió dulce y melosa.

—Darío, mira, ya me disculpé con ella, no te enojes conmigo…

—Ajá —asintió él, inexpresivo.

La sonrisa de Amalia floreció al instante. Con aire triunfante, le lanzó a Lía una mirada de lado, cargada de orgullo.

Lía la miró con frialdad.

Ese tipo de jueguitos baratos eran el truco favorito de Amalia.

Antes, ella habría respondido igual de fuerte, sin dejarse.

Pero ahora ya no tenía ni ganas.

Lía apartó la mirada.

—Tengo que volver al despacho a seguir empacando. Me voy.

Justo cuando pasó junto a Darío, una mano se cerró en torno a su muñeca.

Lía miró por encima del hombro y se encontró de frente con esos ojos negros como tinta.

—Tengo que hablar con…

No alcanzó a terminar. A su lado, el cuerpo de Amalia se dobló de pronto y cayó hacia Darío.

Él la sostuvo al vuelo, alarmado.

—¿Qué te pasa?

—Yo… me siento muy mareada. Debe ser porque ya pasó mucho tiempo desde la última transfusión…

En cuanto escuchó la palabra “transfusión”, Lía se encogió de forma instintiva.

Amalia padecía un problema de la sangre desde que nació y tenía que recibir sangre cada cierto tiempo. Su tipo era rarísimo, casi imposible de conseguir.

Y Lía tenía exactamente el mismo tipo de sangre.

Cuando era más chica, la primera vez que aceptó donar sangre para Amalia, había pensado que era prima de Darío y se ofreció sin dudar.

Después, lo hizo solo para verlo feliz.

En esa época había sido tan ingenua, tan tonta, que convirtió en propias a las personas que le importaban a él. Ya ni siquiera sabía cuántas veces había donado sangre para Amalia…

Darío giró la cabeza por reflejo.

—Lía, prepárate. En un rato vas a donar sangre para Amalia.

En ese momento, a Lía solo le dieron ganas de reír.

Hasta empezaba a sospechar que Darío había querido estar con ella no solo para tener una especie de asistente que le resolviera todos los desastres, sino también para conseguirle a Amalia una “bolsa de sangre ambulante”, disponible a cualquier hora.

—No voy a hacerlo —dijo, con un tono tajante.

Darío frunció el ceño.

—La situación de Amalia es muy especial. Si no le hacen la transfusión de inmediato, se va a morir.

—Entonces que se muera —soltó Lía, sin titubear por primera vez.
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