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Capítulo 9

Author: Lola Fuego
—Su “amor ideal” me mandó un montón de fotos de cama y videos. Ya los guardé como prueba para el divorcio —la voz se mantuvo controlada; la mano que sostenía el teléfono tembló un poco.

No habría recurrido a ese material si no fuera estrictamente necesario. Al fin y al cabo, se habían amado; llevarlo todo a los tribunales solo terminaría por manchar lo que alguna vez fue luminoso.

—Carajo, qué imbécil —soltó Valentina, firme enseguida—. Vente conmigo. Y si no te quiere firmar, hago que toda la ciudad sepa quién es Elías Ortega.

—Voy a buscar que firme el convenio y cada quien por su lado, en paz. Hay cosas que por teléfono no se dicen. Te cuento bien cuando llegue.

Cortó. Terminó de empacar. Llevó a la entrada varias bolsas y cajas: joyería y bolsos envueltos y rotulados, listos para envío. Llamó a mensajería. Según sus cálculos, al venderlos le alcanzaría para comprar una casa.

Con todo dispuesto, dejó sobre la mesa el borrador del convenio de divorcio. Salió sin mirar atrás.

***

Con la noche encima, Elías regresó a casa tambaleándose, sostenido del brazo por Matías. Había ido personalmente al Grupo Cervantes a ofrecer disculpas a Fernando; tras varias rondas de negociación —y demasiado alcohol— entregó diez puntos del margen para salvar la alianza.

Tenía el rostro encendido por la bebida, la mirada turbia, el paso flojo; el olor a whisky le envolvía el traje. Matías, haciendo fuerza, logró sentarlo en el sofá. Luego se enderezó, se secó el sudor de la frente y dejó que la vista barriera la sala, buscando a la señora.

La casa estaba ordenada, impecable… y extrañamente fría.

—Sofi… tráeme agua —murmuró Elías, recostado, la cabeza echada atrás y los ojos a medio cerrar. La voz, pastosa por el alcohol, dejaba asomar una dependencia que rara vez enseñaba.

Matías esperó un segundo. Nada. Suspiró y fue a la cocina por un vaso de agua fría. Se lo acercó con cuidado y, cuando iba a seguir buscando a Ana Sofía, vio un folder sobre la mesa de centro.

Era un convenio de divorcio. Con la firma de ella.

El corazón le pegó un brinco. Sacudió a Elías con urgencia.

—Señor Ortega… malas noticias: la señora se fue de la casa.

Elías se estremeció y pareció despejarse de golpe. Abrió los ojos, ladeado por la confusión, y se incorporó para escanear la sala como si pudiera encontrarla entre los muebles. No estaba.

Frunció el ceño. En otras borracheras, Ana Sofía le dejaba caldo para el malestar y le quitaba los zapatos. ¿Por qué irse hoy?

Matías le puso el documento en las manos.

—Lo dejó la señora —dijo, serio.

A Elías le temblaron los dedos alrededor del papel. Vio el nombre de Ana Sofía, claro, redondo, ya firmado. La borrachera se le partió a la mitad. Recordó su cara en la oficina: serena, decidida. No había sido una amenaza. Hablaba en serio.

Sacó el teléfono a trompicones y marcó. Esperó. Volvió a marcar. Y otra vez. Al final, una grabación impersonal: “El usuario no puede recibir llamadas.”

Bloqueado.

En el departamento de Valentina, Ana Sofía dejó el celular sobre la mesa de noche. Valentina, que había sido testigo del bloqueo, le aplaudió con el pulgar en alto.

—Hermana, con todo. Amar y cortar a tiempo también es valentía.

—Esto apenas empieza —dijo Ana Sofía, con un suspiro—. Es normal que le cueste. Cuando sea el momento, firmará.

Valentina se dejó caer a su lado en la cama, la ceja fruncida, la rabia viva.

—Elías hablaba precioso cuando te enamoraba y ya vimos en qué quedó. Y no me vengas con que “no se dio cuenta” mientras su “amor ideal” grababa. Por favor.

La furia le encendía las palabras; apretó los puños como si pudiera salir a ajustarle cuentas en ese instante.

—Ahora veo que su amor venía con fecha de caducidad —dijo Ana Sofía, baja la voz, con un filo amargo—. Se le acabó la novedad y salió a buscar adrenalina.

Hablaron largo. Del antes, del ahora y del después. Entre confesiones y planes, la madrugada las alcanzó. Las voces se apagaron poco a poco y se quedaron dormidas.

A la mañana siguiente, Valentina abrió los ojos, miró la hora y se incorporó de un salto: tenía una entrevista importante y no podía llegar tarde. Se vistió al vuelo, se lavó la cara y fue a la sala.

El desayuno ya estaba servido. Café humeante, fruta cortada, pan tostado, huevos en su punto. A Valentina se le iluminaron los ojos y atacó el plato con hambre.

Ana Sofía la miró comer y sonrió, satisfecha. Antes hacía desayunos así para Elías, con ilusión. Casi siempre recibía un reproche: que si muy dulce, que si muy soso. Recordarlo ahora solo le supo a pérdida de tiempo.

Al terminar, Valentina se limpió la boca y se dirigió a la puerta. La abrió… y se quedó congelada. Luego soltó un grito agudo:

—¡Aaaah! ¡Un fantasma!

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