Cuando oyeron “Supplicium Scissurae”, todos los ministros se estremecieron.Según la ley, esos dos no merecían ese castigo.Luciano y Cenio sintieron un miedo y una sorpresa enormes.¡No! En su día a Cornelio solo lo degradaron, ¿y ahora a ellos los iban a desmembrar?—¡Majestad, perdónennos! ¡Majestad, se lo rogamos! —dijo Luciano, que se arrastró hasta Cornelio y le abrazó la pierna.—Cornelio, Cornelio, sálvame, alguna vez peleamos juntos, hombro con hombro…Ayer Luciano iba soberbio y ahora parecía un perro que suplica.Cornelio los odiaba hasta la médula, a Luciano y a Cenio, y quería matarlos con sus propias manos.Ante las súplicas de Luciano, respondió con indiferencia:—Cuando traicionaste a nuestros hombres y cambiaste sus vidas por tu ascenso, ¿pensaste que aún éramos camaradas?—Luciano, ¡mereces más la muerte que Cenio!Luciano se vino abajo:—No… no… ¡No me dejes morir… Cornelio, ¿lo olvidaste? Brindamos y dijiste que seríamos camaradas para toda la vida…Los ministros se
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