Poco después, Serafina escuchó un ruido. Era Claudio, que acababa de bañarse y había regresado.Él corrió la cortina y la miró desde arriba, con seriedad y autoridad. Ella lo miró; llevaba ropa de descanso, el cabello negro suelto y una cara atractiva de facciones masculinas, pero con un aire peligroso, como un espectro que te eriza la piel.Frente a un emperador tan impredecible como Claudio, Serafina tenía que mantenerse siempre en guardia.Luego se sentó. Se quedó frente a ella, de perfil, con una mirada seria.Como él no decía nada, ella también calló para no provocarlo otra vez. La tienda estaba envuelta en un silencio extraño, como un duelo antes de la guerra. Ambos se tanteaban, resistiendo, esperando a ver quién iba a perder la calma primero.Bajo la mirada seria del hombre, a Serafina le resultaba imposible ignorarlo; la impaciencia le ardía por dentro. A ella le gustaba la franqueza. Si él quería preguntarle algo, que lo dijera. O si quería castigarla...De repente, Claudio s
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