Por la fama que tenía en Ciudad Esperanza, todos sabían que Sebastián era implacable: si alguien lo provocaba, no paraba hasta el final. A un costado, Emiliano notó cómo, al oír la primera mitad de la frase de Sebastián, sus ojos claros detrás de las gafas se volvían densos, casi sombríos.Mariana y Estela, en cambio, palidecieron cuando escucharon la segunda mitad.En especial Estela: la sonrisa forzada que aún sostenía se le congeló en el rostro. Tardó un buen rato en recomponerse; al fin, tomó un palillo y clavó un trozo de fruta.—Sebastián, tu capacidad es indiscutible, todos lo sabemos —dijo con voz suave—. Pero eso de que con una sola orden todo el Grupo Altamirano te obedece, ¿no te parece exagerado? Al final de cuentas, la empresa sigue siendo de tu padre. Él está en la cúspide de su carrera. Si hablas así, ¿has pensado en cómo se sentiría?Volteó a ver a Inés.—Y tú, Inés, ver a tu esposo tan altanero no está bien. Como esposa, deberías aconsejarlo un poco.Estela habló como
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