En aquel entonces, Inés pensaba que el guardaespaldas que le dio aquella patada a Elías había actuado por su cuenta, de forma atrevida y sin permiso. Pero ahora, al escuchar las palabras de Sebastián, comprendió. Ese hombre seguramente había recibido la orden directa de Sebastián, solo para dejar a Elías hecho un desastre, sin dignidad alguna.Con ese pensamiento, la tensión que le apretaba el pecho se disipó por completo. Sus labios se curvaron y, con la cara iluminada, levantó la vista hacia Sebastián. —Señor Altamirano, usted siempre es tan bueno conmigo, ¿cómo logra sorprenderme una y otra vez? Hoy, cuando supe que el Grupo Altamirano patrocinaba la exposición, me quedé con la boca abierta por un buen rato.En realidad, no había tenido tiempo de decírselo antes, porque justo se había cruzado con Emma en el castillo. Pero lo llevaba guardado en el corazón.Sebastián la atrajo a su pecho y, mirándola a los ojos, preguntó en voz baja.—¿Por qué tanta sorpresa? ¿Acaso esa exposición ti
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