Aquel drama no funcionó para el obseso y, de un empujón, tiró a Sía al suelo.—No me toques, puta barata —escupió, ajustándose el cinturón mientras se dirigía hacia la puerta—. Una noche contigo ya me basta. No me busques más en el futuro.Ahora solo quedaban Sergio y Sía en la habitación. Ella, presa del pánico, se levantó del suelo y le suplicó a Sergio.—Sergio, por favor, créeme. ¡No tengo nada que ver con ese hombre! Solo me quitó la ropa, ¡pero no pasó nada más!Sergio ya estaba harto de ella hacía mucho tiempo. Si no fuera porque creía que llevaba su heredero en su vientre, se habría divorciado hacía tres meses. Nunca imaginó que incluso haría algo tan vergonzoso por no soportar la soledad.La arrojó al suelo con una cara sombría, sin ocultar su repulsión. —No estás embarazada, ¿cierto? Todo fue una mentira, ¿no es así? Qué despreciable eres… Debí estar ciego para dejar a una joya como Nadia y casarme contigo.Al escuchar esas palabras, Sía, que ya estaba llorando desconsolada,
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