Solo una manzana más y llegarían a la calle Montero.Catalina observó la multitud que tenía delante, verdaderamente infranqueable, y respondió:—Muy bien.Ella y Nieves bajaron juntas, le dijeron al cochero que volviera a buscarlas más tarde y siguieron a la multitud hacia su destino.Aunque aún no llegaban, ya había numerosos puestos alineados en la acera, vendiendo todo tipo de curiosas y encantadoras baratijas.Nieves, que era bastante joven, no pudo resistir la tentación.—¡Señorita, mire! ¡Esta máscara es preciosa!Nieves corrió hacia un puesto y tomó una máscara pintada con motivos teatrales de ópera.—¡Le quedaría espléndida!A Catalina no le entusiasmaba la idea; su cara la delataba. Antes de que pudiera decir nada, la joven ya había comprado la máscara. Volvió junto a Catalina, contenta.—¡Pruébesela!Al verla tan encantada, Catalina no pudo negarse y se puso la máscara, pero una vez lo hizo, la chica desapareció de su vista. Sorprendida, escuchó su voz llamándola desde la mul
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