Mientras hablaba, Catalina pudo ver un destello de pánico en la cara de Camilo.¡Qué ridículo!Cuando intentó destruirla, habló con absoluta certeza, con la voz llena de justa indignación, pero cuando estaba implicado, ¡el pánico se apoderaba de él!No solo Camilo, casi todos los de Mendoza estaban nerviosos.Sin embargo, en ese momento, Beatriz, que había estado llorando intermitentemente, dio un paso al frente y se dirigió a ella.—Catalina, ha sido un día duro para ti. Será mejor que vayas a descansar. Se está haciendo bastante tarde; ¿por qué no discutir este asunto mañana?Al oír eso, Teresa se apresuró a intervenir.—Sí, Caty, ¡mira qué tarde es! Incluso hemos retenido aquí al general de Haro. ¿Por qué no discutimos este asunto mañana?Catalina pareció recordar entonces que Aurelio seguía en el salón. Volvió la mirada hacia él.La luz parpadeante de las velas bailaba sobre la cara impasible del hombre, cuyos rasgos parecían aún más fríos de lo habitual.Él también la observaba, c
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