Bianca palideció. En un parpadeo, se acercó, me tomó la mano y me suplicó con su típico tono de niña buena.—Ay, yo sé que te preocupas por mí. Ya me he sentido mucho mejor. La alergia ya se me quitó. Por favor, no te enojes. Si quieres, como otra cosa.Su actuación era tan burda que resultaba casi cómica. La primera vez que preparé panquecitos de mango, yo no sabía que era alérgica.En ese entonces, yo adoraba a mi dulce y encantadora hermanita. Bastó con que mencionara que se le antojaban para que yo me pasara tres días con sus noches sin dormir, solo para perfeccionar el sabor para ella.¿El resultado? Ella colapsó por la reacción alérgica. Cuando despertó, lo primero que hizo fue lanzarse a los brazos de nuestros padres, llorando.—Papá, mamá, mi hermana me regaló los panquecitos. Me dijo que con una mordidita no pasaba nada. Por favor, no la regañen. Yo tuve la culpa por ser así.Yo estaba ahí, impotente, junto a su cama de hospital, soportando las miradas acusadoras de mis padres
Leer más