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Capítulo 2

Autor: Bagel
Después de salir de la iglesia, regresé sola a la hacienda. Este lugar que a duras penas podía llamar hogar había sido mi refugio, pero ahora se sentía ajeno.

Sabiendo que iba a morir, no tenía ningún deseo de quedarme en esta propiedad familiar, ni de estar atada por lazos de sangre o matrimonio. Solo había vuelto para empacar mis pertenencias, lo poco que me quedaba.

Pero resultó que casi no había nada que valiera la pena llevarse. Mi cuarto había sido el clóset más pequeño de la casa, que usaban de bodega.

Lo único ahí dentro que me pertenecía eran algunas prendas gastadas y una mísera colección de cosas personales. Incluso el vestidor de Bianca era tres o cuatro veces más grande.

Alguna vez pensé que mi propio rinconcito en el mundo era suficiente, que no debía pedir más. Pero cuando abrí la puerta, me detuve en seco.

Incluso este diminuto espacio había sido transformado en un altar para Bianca. Su escritorio estaba cubierto de trofeos y reconocimientos de sus diversos logros sociales.

El tocador había sido reemplazado por una vitrina llena de fotos de ella junto a los jóvenes herederos de distintas familias. Ya no estaba mi cama; en su lugar había un sofá de piel. Las paredes estaban decoradas con espectaculares fotos de ella en varias galas.

Las partituras que había coleccionado por más de diez años habían desaparecido. Incluso la caja de música que mi abuelo me regaló en mi décimo cumpleaños estaba arrumbada en un rincón, cubierta por una gruesa capa de polvo.

Me arrodillé y pasé los dedos sobre los bordes despostillados de la caja de música. Sonó mi celular. Era el administrador del cementerio familiar.

—¿Hablo con la señorita Eleanor? Le llamo del Cementerio Familiar San Antonio, soy el encargado. Mire, sobre el lote que apartó... La señorita Bianca se interesó en él. Dice que está mejor ubicado. Necesitamos que nos confirme si todavía lo quiere. Si no, pues se lo tenemos que ceder a ella.

No tenía mucho que había visitado ese cementerio. Estaba lleno de frondosos cipreses y rosales podados. Las lápidas y las urnas eran de un mármol de la mejor calidad.

El lote estaba al lado del panteón de la familia Frost. En ese momento, pensé que si mi vida iba a estar tan llena de sufrimiento, por lo menos podría tener algo de dignidad al morir.

Ahora, Bianca quería quitarme hasta mi lugar de descanso final. Dudé un momento antes de responder.

—Ya no lo necesito. Déselo a ella.

A fin de cuentas, ya no era una hija de la familia Rocci. No tenía ninguna intención de que me enterraran en el cementerio familiar.

Cuando colgué, vi que Draven había regresado. Estaba ahí de pie, con una actitud terrible.

—¿De qué hablabas por teléfono? ¿Un lote en un cementerio?

Por un segundo, creí que lo sabía. Pero entonces hizo una mueca de asco.

—¿Ahora resulta que hasta te quieres morir? ¿Qué clase de broma enferma es esta? ¿Me estás amenazando a mí? ¿Estás amenazando a la familia con este teatrito? ¿No te bastó la vergüenza que nos hiciste pasar en la iglesia?

Sentí que me iba a desmayar. No tenía fuerzas para discutir con él, así que respondí con toda la calma que pude reunir.

—No estoy amenazando a nadie.

—Entonces, ¿qué es todo eso de expedientes médicos y lotes en el cementerio?

Sus gritos me provocaron un nuevo dolor en la cabeza.

—¡Bianca se ha esforzado muchísimo para hacerse de un nombre entre las familias!

—¿No puedes apoyarla un poco en lugar de usar estos juegos enfermos para robarle la atención? No la soportas, ¿verdad?

Miré la postura amenazante de Draven y se me atoraron las palabras en la garganta. ¿Y se supone que yo soy la que no es bienvenida aquí?

La presentación de Bianca era importante, pero ¿y yo qué? Desde que ella llegó, no había tenido un solo cumpleaños como Dios manda.

Siempre que se acercaba mi cumpleaños, a Bianca le daba gripa o alguna reacción alérgica. Mis papás entonces dejaban todo y corrían a llevarla al hospital.

Durante diez años seguidos, bastaba una sola tos de Bianca para que mis papás corrieran por el termómetro. Pero mi propio cumpleaños, mi graduación, todos mis momentos importantes, nunca los recordaban.

Mientras yo esperaba una sola felicitación que nunca llegó, ellos estaban ocupados planeando las galas de Bianca, encargando vestidos hechos a la medida y preparándole todo tipo de regalos para cada festejo.

Le dediqué una sonrisa amarga.

—¿Te acuerdas qué día es hoy?

Dudó.

—¿Qué día?

—Hoy hace tres años, me pediste matrimonio en este mismo cuarto.

Señalé el espacio irreconocible a nuestro alrededor.

—Dijiste que me protegerías por el resto de tu vida.

Su expresión vaciló por una fracción de segundo, pero su máscara de indiferencia volvió.

—No saques el pasado. No seas tan rencorosa. Además, mírate cómo estás. ¿En serio crees que todavía mereces esas promesas?

En ese momento, regresaron mi papá, mi mamá y Bianca. Sus voces se escuchaban desde el pasillo antes de que siquiera entraran al cuarto.

—¿Todavía tienes el descaro de mencionar aniversarios? Tú fuiste la que quiso romper el compromiso, ¿y ahora te pones sentimental?

Mi papá tenía la cara desencajada por la furia y su mirada era aniquiladora.

—¡Arruinaste la presentación de Bianca y aun así ella nos rogó hasta las lágrimas que te perdonáramos!

—¡Pídele perdón a tu hermana!

Mi mamá suspiró a su lado.

—Estás enferma. ¿Cómo pude tener una hija como tú?

¿Enferma? Sí, sin duda estaba enferma. Del tipo de enfermedad para la que no tenía dinero para el tratamiento y que estaba a punto de matarme.

Bianca se paró frente a mí, con los ojos llenos de lágrimas.

—Hermana, lo siento, todo es mi culpa. No, no te disculpes. Mira, si quieres, se me antojaron unos de tus panquecitos de mango. ¿Me prepararías unos para mi celebración?

Todos me miraron, esperando mi respuesta. Un destello de alivio cruzó la mirada de mi mamá mientras me apuraba.

—¿No son tu especialidad? Bianca te está dando una manera de disculparte. Deberías estar agradecida. ¡Ve!

Levanté la cabeza y miré a Bianca a los ojos.

—¿No eres alérgica a los mangos? ¿Me estás pidiendo que te prepare panquecitos solo para poder acusarme de intentar envenenarte, otra vez?

Todos se quedaron callados.
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