Al día siguiente, llevé mi nueva solicitud de transferencia para que la firmaran en la escuela.Cuando el sello rojo —ese que marcaba oficialmente mi partida— cayó firme sobre el papel, sentí un vacío inesperado abrirse un momento en el pecho.Me quedé quieta, aturdida, hasta que alguien bloqueó mi camino.Diego frunció ligeramente el ceño.—Camila, ¿cambiaste la contraseña de tu casa?—Ayer, después de dejar a Coco en su casa, fui directo a buscarte, pero la puerta no se abrió nunca…Lo interrumpí sin rodeos:—Sí. La cambié.Pareció sentirse molesto e, ignorando por completo lo ocurrido, preguntó con familiaridad:—¿Cuál es la nueva? Así puedo ir a cuidarte cuando lo necesites.—No hace falta —respondí con calma—. Cuando me cambie de escuela ya no viviré por aquí.Los ojos de Diego bajaron a los papeles doblados en mi mano, como si recién los recordara.—Cierto, casi lo olvido… No te preocupes, mañana mismo voy a sellar mi solicitud.Caminar junto a Diego, hablando como antes, era alg
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