El amor que ya no vuelve
Regresé a ese momento de mi vida en que mi tío político —con quien no tengo lazos de sangre— había sido drogado con esa droga afrodisíaca. 
Pero esta vez, no me convertí en su “antídoto”. En lugar de eso, marqué el número de la mujer que él realmente amaba. 
En mi vida anterior, me enamoré perdidamente de él. Cuando supe que había sido drogado, ignoré su súplica de llamar a su gran amor… y fui yo quien calmó su deseo.
Un mes después, quedé accidentalmente embarazada. Por lo que él se vio obligado a casarse conmigo, pero el día de la ceremonia de nuestra boda, su amada —que había viajado al extranjero para olvidar su dolor— fue secuestrada y asesinada. 
Antes de morir, le hizo ciento noventa y nueve llamadas pidiendo ayuda. Él, que estaba ocupado cumpliendo con la boda, no contestó ninguna. 
Después… solo se quedó mirando aquellas llamadas perdidas, sin decir una palabra. Hasta que, el día que tenía que dar a luz, me encerró en el sótano. 
Le rogué que me llevara al hospital. Pero él solo sonrió, con esa frialdad que jamás olvidaré, mientras me veía morir lentamente, sin poder traer al mundo a nuestro hijo. 
Sus últimas palabras antes de que cerrara los ojos y muriera fueron:
—Si no hubieras quedado embarazada, nunca me habrían obligado a casarme contigo. Si no fuera por ti, habría contestado las llamadas de Luz y, ella no habría terminado así. Tú… mereces morir.
Y entonces, volví a abrir los ojos. Era ese mismo día, el día en que él había sido drogado con ese medicamento afrodisíaco.