Esta vez, Lavaré mi Nombre
Durante el turno de noche, me negué a la petición de mi hermana adoptiva de ayudarle a ponerle la intravenosa a su paciente.
Vi con mis propios ojos cómo un niño de siete años moría por una reacción alérgica causada por el medicamento equivocado.
En mi vida pasada, justo después de haber terminado de aplicar la infusión, los familiares furiosos irrumpieron en la estación de enfermeras y me golpearon hasta dejarme el rostro desfigurado.
Pero yo había administrado simple glucosa, imposible que provocara una tragedia así.
Con la conciencia nublada, escuché que alguien llamaba a la policía. Creí que por fin llegaba un salvavidas.
Nunca imaginé que el oficial, mi propio hermano, me tumbaría contra el suelo.
El médico forense, mi amigo de la infancia, sacó el informe de la autopsia y me señaló como culpable.
No tuve cómo defenderme; al final, los padres del niño, enloquecidos por el dolor, me golpearon hasta matarme.
Incluso en el momento de mi muerte, no pude entender por qué mi hermano, que siempre me había cuidado, y aquel amigo de la infancia al que yo quería tanto, se volvieron contra mí.
Cuando volví a abrir los ojos, estaba otra vez en esa misma noche.