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Capítulo 4

Author: Lola
Rafael apretó los labios, sintiendo que todo aquello no tenía ni pies ni cabeza.

Gabriela alzó la mirada y se encontró con sus ojos. Se quedó inmóvil por un momento, arqueando ligeramente las cejas: —¿Y ahora qué quieres?

Después de su pregunta, Rafael sintió una irritación y descontento inexplicables. Ella era su esposa, él regresaba a su propia habitación matrimonial, ¿y esa era su reacción?

La ira y la extraña sensación acumulada en su pecho lo llevaron a necesitar confirmar algo urgentemente. Caminó hacia ella a grandes pasos y la empujó contra la cabecera de la cama.

Sus labios se acercaron, pero ella ladeó la cabeza. Los labios fríos solo rozaron la comisura de su boca.

Gabriela lo miró con calma: —¿Qué quieres?

Su actitud hizo que Rafael se enfureciera aun más.

Sonrió con sarcasmo: —Pensé que después de tanto escándalo, esto era justo lo que buscabas.

Su vida íntima con Rafael había sido limitada desde el matrimonio. Solo lograban acercarse en contadas ocasiones: cuando él bebía o cuando el abuelo Eduardo los empujaba a estar juntos.

El resto del tiempo dormían como extraños que casualmente compartían espacio.

Y con la llegada de Mateo, hasta esos encuentros esporádicos se desvanecieron por completo.

Gabriela se encontró con su mirada, pero no sintió ira ni dolor. En realidad, hacía tiempo que se había resignado a eso.

—Estoy en mis días —evitó su contacto y dijo con frialdad—. Si buscas compañía, mejor ve a buscar a Celeste.

Si iba a marcharse, ¿para qué enredarse más?

Además, los hombres, como los cepillos de dientes, no se prestan.

Su actitud distante hizo que Rafael riera con frialdad. —Gabriela, Celeste y yo no somos lo que piensas. ¿Crees que ella es tan calculadora como tú?

Cerró la puerta con fuerza y le lanzó una última puñalada: —Entonces no vayas más a hacerte la víctima con mis padres. Si no me hubieras tendido esa trampa, ni pensaría en tocarte.

Mirando la puerta cerrada, de repente Gabriela recordó aquella noche de pasión descontrolada con Rafael.

En ese momento tenía la mente confusa y no tenía idea de qué estaba pasando.

Al despertar y ver a Rafael, se tranquilizó. Pero por el pánico, salió disparada como alma que lleva el diablo.

El día que Rafael se enteró del embarazo, apareció en su puerta. La miraba como si fuera algo repugnante, con esa sonrisa sarcástica.

—Felicidades, Gabriela. Tal como querías, me casaré contigo. No tienes que fingir más.

En aquel momento, Gabriela tenía demasiadas preocupaciones encima.

El caos familiar, la ruina económica, un bebé en camino... todo la tenía tan abrumada que no pudo ver lo que tenía enfrente: un hombre que la despreciaba.

Pero estaba tan perdidamente enamorada que aceptó casarse.

Gabriela cerró los ojos, sumida en sus pensamientos. "Si pudiera elegir de nuevo... Si fuera posible, desearía que Rafael y yo nunca nos hubiéramos conocido".

Rafael no regresó en toda la noche.

Al día siguiente, Gabriela llevó a Mateo a la escuela.

No llamó para preguntar dónde estaba Rafael cuando llegó un mensaje de Celeste. La imagen era simple: una corbata azul, una que Rafael usaba frecuentemente.

"Gabriela, la diferencia entre ser amada y no serlo se nota a leguas. Mira esta corbata que le regalé... y justo anoche la usamos".

Los juegos íntimos entre Celeste y Rafael no le interesaban a Gabriela.

Si hubiera sido en el pasado, quizás habría sufrido y se habría entristecido.

Pero en este momento, sentía más que nada tranquilidad.

Había decidido marcharse, así que ya no iba a meterse en las decisiones de Rafael.

Gabriela visitó al profesor Augusto, aunque no solo por cortesía. También necesitaba averiguar más sobre Joaquín.

La cara de Augusto se iluminó cuando la vio.

Al recordar la situación con Rafael, no pudo contenerse y le bromeó: —¿Rafael ya sabe de tu viaje a San Vicente? Acuérdate que en la universidad no te despegabas de él, todo el departamento sabía que mi mejor estudiante se había vuelto loca por un hombre. Hasta el profe Carlos me preguntó la semana pasada si seguías apareciendo en sus clases.

Habían estudiado en la misma universidad, pero Gabriela había mantenido su enamoramiento en secreto.

Nunca lo persiguió ni lo acosó, salvo por aquella confesión que al final no se atrevió a hacer el día de la graduación.

En aquella época era tan obvia su adoración que daba ternura.

Llegó al extremo de colarse un semestre entero en clases de finanzas solo para verlo un ratito más cada día.

Como el profesor que dictaba esa materia era amigo de Augusto, bromeó con ella cada vez que la veía aparecer.

—No —Gabriela dijo en voz baja—. Profe, tengo que pedirle un favor especial. Joaquín insiste en que nadie sepa de mi viaje a San Vicente.

Augusto guardó silencio, procesando lo que acababa de escuchar. Luego exhaló profundamente, como si todo comenzara a tener sentido.

Al principio había creído que Gabriela simplemente había madurado y decidido retomar su carrera después de haberla sacrificado por el matrimonio.

Pero la verdad era mucho más dolorosa: su alumna había tocado fondo. Solo ahora, sin más opciones, estaba tratando de reconstruir su vida.

Gabriela no se quedó mucho tiempo en casa del profesor Augusto.

Una vez que tuvo claros los detalles sobre Joaquín y el trabajo en San Vicente, emprendió el camino de vuelta.

Al llegar al cruce, un vehículo pasó rápidamente frente a ella. Gabriela reaccionó rápidamente y justo cuando iba a esquivarlo, chocó con una motocicleta que apareció de repente.

El accidente le cayó como balde de agua fría.

Una punzada de dolor le atravesó todo el cuerpo y comenzó a sudar frío.

Soltó una sonrisa amarga. Tal vez ella y esta ciudad simplemente no estaban destinadas a llevarse bien.

Por suerte no tenía fracturas, pero las heridas sangraban abundantemente y se veían aparatosas.

Lo que empeoraba todo era que Gabriela no soportaba la sangre, y entre el shock del accidente y su fobia, estaba pálida como un papel.

—Señora, mejor llama a un familiar. —le sugirió el oficial de tránsito en voz baja, con cierta compasión.

Gabriela había pensado declinar la ayuda y resolver todo sola, pero ante la insistencia del oficial terminó llamando a Rafael. Tampoco es que esperara verlo aparecer por ahí; seguramente mandaría a algún empleado o a su secretario para que la llevaran al hospital.

Rafael contestó al instante.

—Dime.

—Rafael, es que...

Gabriela aguantó el dolor intenso y justo cuando iba a hablar, se escuchó la voz tierna de Celeste por el celular.

—Rafael, salieron los resultados del examen. No los entiendo, ¿me ayudas a verlos?

Obviamente estaba con Celeste. Sin siquiera esperar que explicara qué pasaba, Rafael cortó la llamada: —Después me explicas en casa.

—Está bien. —Gabriela respondió en voz baja.

Entonces rechazó la ayuda del oficial de tránsito, manejó sola el accidente y tomó un taxi al hospital.

Apenas había sacado su turno en el hospital cuando escuchó la vocecita de Mateo cerca de allí.

—Tía Celeste, ¿todavía te duele? Te voy a soplar para que se te quite.

Gabriela volteó automáticamente y ahí estaban: Rafael con Mateo, saliendo de consulta junto a Celeste.

Por primera vez en mucho tiempo, vio preocupación genuina en la mirada de su esposo.

—No te preocupes —Celeste le sonrió dulcemente y le acarició la cabeza—: Con tu compañía, me voy a curar súper rápido.

Después de escuchar sus palabras, él alzó su cara inocente, mirando hacia arriba con ojos de esperanza: —Tía, ojalá mamá se pusiera enferma en tu lugar. Así tú ya no sufrirías.

Al oír eso, Gabriela se quedó inmóvil.

—No digas tonterías —Rafael frunció ligeramente el ceño y lo regañó con severidad, pero en voz baja—. Al final de cuentas, ella es tu mamá.

—No me gusta mamá, ojalá se fuera para siempre. Quiero que la tía Celeste sea mi mamá.

El pequeño apretó los labios, recordando que estos días mamá ni siquiera cocinaba, y se puso más molesto.

En ese momento, Rafael alzó la vista y la vio.

Gabriela estaba ahí, despeinada y con la ropa manchada de sangre, las heridas todavía frescas.

Pero había algo en esa fragilidad que la hacía parecer más hermosa que nunca.
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