Share

Capítulo 4

Author: Bollo Arrocero
El vidrio de la ventanilla reflejaba dos sombras entrelazadas, y la ventana estaba entreabierta, apenas una rendija.

Bruno tenía a Tania contra el asiento del conductor, le acariciaba la frente con la yema de los dedos.

—¿Te dolió el golpe de hace rato?

Ella alzó el rostro hasta sus labios, con una sonrisa complaciente en los ojos.

—No. Fui yo la que no debió interrumpirte cuando estabas con Julieta, me lo merecía.

Bruno frunció el ceño y la mordió en la mejilla, ni fuerte ni suave.

—No digas tonterías. Las dos son mis tesoros.

Le apretó la cintura con una mano y, con un dejo de picardía en la voz, añadió:

—Todavía tienes fuerzas para hablar, parece que no te golpeaste suficiente.

Antes de terminar, la sujetó con una mano en la cintura y con la otra en la mandíbula, y la besó con fuerza.

Tania forcejeó un poco, lo empujó y habló con celos en la voz:

—Este auto se lo regalaste a ella, no quiero hacerlo aquí. Además, Julieta te está esperando en la sala de descanso, dijiste que en unos minutos volverías.

Bruno le sujetó la muñeca contra el respaldo y dejó que su otra mano bajara por la curva de su cintura. Su voz sonó ronca y oscura:

—¿Todavía pensando en otra persona? Contigo me bastan unos minutos.

En poco tiempo, la respiración de Tania se volvió entrecortada, y se aferró débilmente a sus hombros.

Los sonidos cargados de deseo flotaban con el viento hacia afuera. Julieta quedó clavada en su sitio, como si toda la sangre de su cuerpo se congelara. Las piernas le fallaron y casi cayó de rodillas, mientras el pecho se le abría con un dolor que la dejó sin aire, tan intenso que la vista se le nubló.

De pronto recordó el día en que se inauguró el club. Bruno esperaba como un niño ansioso a que ella lo felicitara, pero estaba tan emocionada que solo pudo llorar.

Él entonces la tomó y la llevó al asiento trasero del auto. Con la respiración encendida le arrancaba la ropa, y aunque ella también estaba conmovida, aún así lo detuvo con firmeza:

—Bruno, el automovilismo es mi mayor sueño. Quiero que se mantenga puro para mí.

Él se quedó inmóvil. Ella creyó que se enojaría, pero en vez de eso le arregló la ropa, se incorporó y colocó la mano en el pecho:

—Lo juro, de ahora en adelante este también será mi sueño. En esta vida y en la siguiente, siempre tendré respeto por los autos. Jamás, nunca lo haré dentro de un...

Las últimas palabras las susurró en su oído. Aun así, le ardió la cara.

Por esa promesa, creyó que él era el indicado para toda la vida.

Y ahora lo veía con otra mujer en su propio auto, pisoteando lo que ella más valoraba.

Julieta apenas podía mantenerse de pie. Se le cayó la llave al suelo con un estrépito metálico. Reaccionó de golpe, quiso huir, pero los de adentro ni siquiera notaron el ruido.

Esbozó una sonrisa más amarga que el llanto y mordió con fuerza sus nudillos, ahogando todo sollozo en su garganta.

Fue entonces cuando empezó a llover. Y la rendija de la ventanilla se cerró.

Julieta lanzó una última mirada al auto que todavía se sacudía, recogió la llave del suelo y de inmediato la arrojó a la alcantarilla.

En ese momento, Tania levantó la vista. A través del espejo retrovisor vio la espalda de Julieta alejándose, y esbozó una sonrisa triunfal.

La tormenta fue breve.

Cuando Bruno abrió la puerta de la sala de descanso, Julieta seguía sentada igual que antes.

Él suspiró de alivio, se acomodó el cuello de la camisa y se agachó frente a ella.

—Vamos, Julieta, volvamos a casa.

Ella bajó la cabeza y alcanzó a ver la marca rojiza y fresca en su cuello. Lo extraño fue que no sintió nada.

Rechazó que la cargara, apoyada en la pared, cojeó hasta el auto. Al abrir la puerta del copiloto, vio que Tania estaba sentada al volante.

Bruno se apresuró a explicar:

—Tania se inscribió en una competencia, pensé que podía practicar un poco en este tramo. ¿Podrías orientarla, Julieta?

Ella se quedó quieta un instante, y luego asintió.

Por más que detestara a Tania, respetaba a cualquiera que amara de verdad las carreras.

Pero si hubiera sabido que Tania ni siquiera tenía licencia básica de manejo, jamás habría abierto esa puerta.

De pronto, el auto salió a toda velocidad. El corazón de Julieta se le subió a la garganta. Extendió la mano para tomar el volante, pero Tania la empujó con fuerza.

—¡Si no quieres morir, suelta! —gritó Julieta con los ojos enrojecidos.

Pero Tania no solo no aflojó, sino que pisó el acelerador a fondo.

El estruendo llegó al mismo tiempo que el grito de Bruno:

—¡Julieta!
Continue to read this book for free
Scan code to download App

Latest chapter

  • Desaparecida en el fuego   Capítulo 26

    Lucía jamás imaginó que Bruno realmente pasaría la noche entera de pie bajo la nieve.A media madrugada la nevada se había intensificado, Lucía miraba una y otra vez por la ventana, y Julieta también echó un vistazo.Al ver aquel rostro familiar asomar entre el ventisquero, con los labios cuarteados por el frío, Bruno aún tuvo fuerzas para esbozar una sonrisa.—Julieta, ¿esto no podría costar vidas? —preguntó Lucía.Julieta, sin inmutarse, se arropó con la manta y cerró los ojos.—No va a pasar nada. Y si pasa, no es asunto nuestro. Duérmete ya.Lucía admiraba la firmeza de Julieta, pero al recordar todo lo que ella había sufrido, corrió las cortinas con fuerza, como descargando su rabia.Mientras tanto, en la nieve, Bruno revivía en su mente una y otra vez los recuerdos del pasado.Habían tenido momentos felices, decoraron una casa juntos, soñaron con el futuro. Pero todo se había venido abajo por culpa de Tania.Solo pensar en ella le encendía el pecho de ira.Con el paso de las hora

  • Desaparecida en el fuego   Capítulo 25

    Bruno miró hacia donde venía la voz y se quedó boquiabierto de la impresión:—¿Diego? ¿Qué haces aquí?Diego pasó un brazo por encima del hombro de Julieta y, al sentir que ella no se apartaba, la sostuvo con más firmeza.—Soy su prometido, ¿por qué no podría estar aquí?Apenas dijo eso, Bruno sintió como si un rayo lo partiera en dos. Todo a su alrededor se volvió silencio.—¿Prometido? No puede ser... Julieta, ¿cómo puede ser tu prometido?Tenía los ojos enrojecidos y los labios le temblaban.Julieta soltó la mano de Diego y entrelazó sus dedos con los de él, levantándolos frente a Bruno.—¿Por qué no? No estoy casada ni tengo hijos. ¿Tan difícil es aceptar que tenga un prometido?Los labios de Bruno se movían sin emitir sonido. Su mirada estaba llena de incredulidad.Las palabras de Julieta fueron como un cuchillo clavándose en su corazón.—No puede ser —dijo con voz entrecortada—. No lo acepto... Yo te amo. ¡Tienes que ser solo mía!Julieta soltó una risa irónica, ya no tenía inten

  • Desaparecida en el fuego   Capítulo 24

    Por más que Bruno gritara detrás, el auto no se detuvo ni un segundo, al contrario, aceleró hasta volverse apenas un punto negro en la distancia.Solo cuando la silueta desapareció por completo en el retrovisor, Diego bajó la velocidad.Julieta lo miró de reojo, con sospecha:—¿Y ahora por qué manejas como loco? ¿Se te olvidó que la muerte no corre prisa?Diego no respondió a la ironía. De pronto, lanzó la pregunta:—Si Bruno viniera a buscarte, llorando, arrepentido, rogándote volver... ¿Le dirías que sí?El ceño de Julieta se frunció como si hubiera oído algo repulsivo, pero respondió con seriedad:—No. Ni muerta.Solo de pensar en lo que Bruno le había hecho, un escalofrío le recorría el cuerpo. Todavía se despertaba en medio de la noche, aterrada, deseando de verdad haberse consumido en aquel incendio antes que seguir soportando esas memorias que la laceraban una y otra vez.Diego captó la firmeza en su mirada y, sin querer, se le dibujó una leve sonrisa en los labios.Julieta lo d

  • Desaparecida en el fuego   Capítulo 23

    Bruno no sabía que, antes de llegar al centro de entrenamiento, ya se había convertido en el tema de conversación de todos.En su mente solo había un pensamiento, que era heredar la voluntad de Julieta, correr cada pista y ganar todos los campeonatos. Así, cuando muriera y pudiera volver a verla, tal vez sentiría un poco menos de culpa.Antes de venir había escuchado que, en los últimos años, había surgido en el extranjero una entrenadora legendaria, cuya alumna había arrasado con todos los campeonatos de las ligas universitarias de élite.Aunque esa entrenadora solo aceptaba mujeres, él igual quiso intentarlo.Apenas entró en la sala de descanso, detuvo a un trabajador:—Disculpe, ¿sabe dónde está la entrenadora del equipo Zero?—¿Hablas de la entrenadora Today? —le señaló un punto no muy lejos—. Hace un rato estaba sentada ahí. Sus corredoras todavía siguen allí, puedes preguntarles.Bruno le agradeció y se dirigió con pasos rápidos hacia Lucía:—Hola, ¿sabes dónde está su entrenador

  • Desaparecida en el fuego   Capítulo 22

    Diego siempre creyó que Julieta lo trataba distinto.Ante los demás se mostraba como la delegada serena y contenida, pero frente a él se encendía, incluso se sonrojaba.Ese modo tan vivo de reaccionar, él lo tomó como una prueba de que ella también lo quería.Por eso, el día en que terminaron los exámenes de ingreso a la universidad, juntó todo el valor que tenía y se declaró.Pero Julieta lo miró con desconcierto.—¿Por qué? —preguntó él con voz temblorosa, casi suplicante—. ¿Acaso no te gusto?Con apenas diecisiete años, Julieta frunció el ceño, como si lo estuviera observando a un ser extraño:—No. No me gustas. Ni tú, ni esas flores, ni ese grupo de amigos tuyos que no hacen más que molestar.Fue el primer rechazo que Diego recibió en su vida y, sin embargo, no se resignó:—¿Qué es lo que no te gusta de mí? ¿Que entregue tus modelos? ¿O piensas que soy feo?Julieta dio media vuelta para marcharse, pero al ver el brillo húmedo en sus ojos, se detuvo.Lo miró fijo y respondió con ser

  • Desaparecida en el fuego   Capítulo 21

    Tres años después, en Italia.En la zona de descanso frente a la pista del centro de entrenamiento de rally, varios pilotos rubios de ojos claros charlaban animadamente.—¿Oyeron? Esta vez llegó un talento inesperado del extranjero. Apenas lleva tres años corriendo y ya arrasó con todos los campeonatos en su país. Es su primera competencia internacional, muchos apuestan a que va a ganar, pero yo creo que no es para tanto.—¿Un piloto extranjero? No conviene subestimarlo.Otro piloto alto chasqueó la lengua:—¿Ya olvidaron a esa entrenadora? En solo tres años sacó cinco campeonas de F1. Estos años nos ha dejado a nosotros, los hombres, bastante mal parados.Lucía Soto, que escuchaba de reojo, soltó una risa y volvió al área de descanso de su equipo.Sacó una botella de agua helada del refrigerador y la presionó de golpe al rostro de su entrenadora, que descansaba con los ojos cerrados.—Julieta, otra vez escuché a ese grupito de derrotados hablando de ti. Para ellos ya eres casi como un

More Chapters
Explore and read good novels for free
Free access to a vast number of good novels on GoodNovel app. Download the books you like and read anywhere & anytime.
Read books for free on the app
SCAN CODE TO READ ON APP
DMCA.com Protection Status