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Capítulo 7

Author: Elías Mar
Aitana jaló a su hija de la mano y se alejó a toda prisa.

La niña, sin embargo, no olvidó voltearse para despedir a Octavio con la mano.

Un colega que pasó a su lado comentó con una sonrisa:

—Esa niña se parece mucho a ti. Vaya, en tu familia todos son muy bonitos.

Octavio alzó una ceja y preguntó con cierta curiosidad:

—¿Se parece a mí?

Cuando levantó la vista, Aitana y la niña ya se habían alejado. Si él de verdad tuviera una hija de esa edad, su madre se volvería loca de la alegría.

El solo hecho de pensarlo ya sonaba imposible. De todos modos, la niña sí que era encantadora.

Octavio recordó a Isidora y sintió algo muy extraño, imposible de describir.

***

De regreso a casa.

Isidora tiró de la blusa de su madre y le dijo:

—Mamá, Totó se quedó en el carro de ese doctor.

Aitana le preguntó preocupada, cayendo en cuenta de que hablaba del perrito color crema que su hija rescató entre los carros.

—¿Totó? Fue muy peligroso lo que pasó hoy.

Aitana miró fijo a su hija y la regañó con severidad:

—Isidora, no puedes hacer cosas tan peligrosas.

Ella bajó con tristeza la cabeza y explicó:

—Ya lo sé… pero ese señor no iba rápido, y yo no me caí porque me chocara, sino porque me asusté.

Aitana le acarició el cabello y le dijo con dulzura:

—Igual debes tener más cuidado.

Su hija era una niña adorable. Ella era todo para Aitana.

Isidora hizo lindo puchero y le recordó:

—Pero mamá, Totó se quedó con ese doctor. Oye, creo que él se parece mucho a papá.

Aitana se aclaró la voz y dijo, nerviosa:

—Isidora, no debemos decirle a nadie que ese señor se parece a papá… porque … Eso podría molestarlo un poco. Y hay que respetar a la gente.

Aitana estaba nerviosa, incluso confundida, pero su hija obedeció sin más.

Aitana la abrazó con fuerza.

Mentir es peligroso: al final, todo se descubre.

Aitana decidió que no iría a buscar al perro, puesto que tendría que volver a ver a Octavio. Además, ellas vivían en un apartamento de Josefa, en un edificio viejo donde un perro ruidoso podía traer problemas con los vecinos.

Ella pensó que Octavio tampoco odiaría tanto a los perros… aunque no lo recordaba como alguien especialmente cariñoso con ellos. Recordó que, una vez, le pidió que acogiera a un perrito callejero en invierno, y él lo rechazó sin dudarlo dos veces.

Octavio solía mantener distancia con todos, salvo en la intimidad… ahí sí que era otro.

Aitana la besó en la frente y le prometió con ternura:

—Isidora, cuando te recuperes de la operación y mamá trabaje mucho para comprar una casa para nosotras, adoptaremos un lindo perro, ¿sí?

Isidora apretó con fuerza los labios y dijo bajito:

—Pero ya no será Totó.

Aunque prácticamente fue un susurro, esa pequeña frase se clavó en el corazón de Aitana.

***

Eran las nueve de la noche.

Después de que Aitana la ayudara con una tarea del colegio, la niña dibujó un perrito peludo y tierno.

Aitana miró la tarjeta con el número de Octavio y decidió llamarlo para recuperar al perro.

Ese número debía ser el de su trabajo.

En siete largos años, era la segunda vez que lo llamaba. La primera fue seis años atrás, cuando estaba en el hospital, débil después de una hemorragia; lo llamó de madrugada y, cuando escuchó su voz grave decir “¿Quién es?”, colgó asustada enseguida.

Ahora estaba en el balcón, mirando ensimismada a su hija en el sofá. Cerró la puerta y apoyó la espalda contra ella. Dudó por unos segundos, respiró profundo y llamó.

Al tercer timbre, contestó.

Una mujer, con una voz bonita, dijo:

—¿Aló? ¿Buscas a Octavio?

Aitana quedó paralizada por un segundo. Apretó el teléfono sin responder.

La mujer repitió con calma:

—¿Hola?

Aitana tragó saliva por unos minutos y dijo:

—Perdón, me equivoqué de número.

La mujer insistió:

—No te equivocaste. Buscas a Octavio, ¿verdad? Está en la ducha. Le digo que te llame luego.

Fue Aitana quien colgó. Ella se dejó caer en cuclillas contra la puerta.

Pensó: ¿tal vez será su novia? Con su físico y su familia, sería raro que no tuviera.

Suspiró, cansada, y asumió que no debía meterse en la vida de Octavio. Habían pasado ya siete largos años y sus mundos ya eran demasiado distintos.

Tal vez él ya ni recordaba a Noelia.

O quizá, para un hombre tan importante como él, haber salido con una muchacha con sobrepeso era una vergüenza.

Aitana recordó que, si no lo hubiera presionado con lo de Maura Villalba, jamás habría salido con ella.

Sintió un mareo y se sostuvo por un rato de la perilla de la puerta. Desde que dio a luz y bajó de peso, sufría de hipoglucemia.

El teléfono vibró en su mano: era el mismo número, Octavio le estaba devolviendo la llamada.

Aitana lo miró durante unos segundos antes de contestar.

***

En la casa de los Villalba, en el tercer piso.

Octavio acababa de salir de la ducha. Se había puesto una pijama negra de seda, su cabello corto goteaba y su cara se veía sería. De pronto alzó la vista hacia el perrito en el suelo, bebiendo leche y haciendo ruiditos, con el teléfono en una mano se acercó y, cuando vio que casi se metió en la taza, lo alzó.

En ese momento, la llamada entró.

Octavio preguntó:

—¿Quién habla? ¿Qué necesita?

Olaya Villalba, su hermana, le dio un codazo y le dijo:

—Oye, sé amable.

Olaya se acercó cuidadosa y le quitó el perro de las manos para abrazarlo.

Aitana, al oír la voz de una mujer, sintió que las palabras que iba a decir se le quedaban atoradas, pensó que él estaba con esa mujer, quizá en la cama, y aun así contestaba su llamada.

Se puso pálida y tensa, apretando nerviosa los labios.

Octavio volvió a preguntar, indiferente, pensando que era un paciente.

—Dime, ¿qué pasa?

Aitana suspiró profundo y dijo:

—Soy yo, señor Villalba. ¿Mi hija dejó al perro en su carro?

Al escuchar esa voz suave, Octavio se quedó callado durante un segundo, no sabía si era porque últimamente pensaba demasiado en Noelia, pero la voz le sonó extrañamente familiar.

Octavio confirmó de inmediato.

—Sí, aquí lo tengo.

Aitana le pidió respetuosamente:

—¿Podríamos encontrarnos mañana? Mi hija quiere mucho a ese perro…

Octavio revisó con cuidado su agenda y dijo:

—La próxima semana. Mañana me voy a Fornaluz. Te aviso.

Aitana apretó con fuerza los labios y a regañadientes aceptó.

—Está bien… perdón por molestarlo.

Aitana ya iba a colgar cuando él preguntó con voz grave:

—¿Cómo te llamas? Para anotarlo.

—Aitana Rosales.

Octavio no escuchó bien.

—¿Qué?

Olaya rodó los ojos y deletreó:

—Aitana, A-I-T-A-N-A. ¿Estás sordo o qué?

Aitana escuchó esa voz con ese tono un poco molesta.

Colgó asombrada.

Aitana pensó que huir no siempre es vergonzoso.

Al menos ahora, le servía bastante.
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