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Capítulo 6

Author: Shirley
Siguiendo el consejo de Irene, Ariadna se consiguió un tutor. Aunque la idea de Irene sonaba absurda, resultó ser la más efectiva.

Encontró a un estudiante universitario, especializado en lenguas, con buena preparación académica y experiencia internacional, que ahora necesitaba dinero urgente por problemas familiares.

Gracias a eso, y a su disciplina, Ariadna, ahora hablaba mucho mejor el idioma. Ya no tendría problemas para vivir en el extranjero. Durante ese mes, Ariadna se enfocó por completo en sus estudios. Aparte de Irene, no tuvo contacto con nadie más.

Incluso logró vender el broche de diamante rosa. El comprador, Hugo, le dejó una excelente impresión: pagó de contado y sin regatear. Sin embargo, Ariadna notó que su interés no era solo por el broche, así que dejó de contestar sus mensajes.

El que sí empezó a escribirle, y mucho, fue Fabián. Antes, era Ariadna la que le enviaba mensajes largos sin recibir respuesta. Ahora era él quien le decía cosas como:

—Ariadna, lo de aquel día fue mi culpa. En cuanto Elisa se recupere, iré a verte.

Si realmente quisiera, ya habría ido a verla. Para alguien como él, encontrarla en Marmal no era ningún reto. Antes, Ariadna habría tratado de verlo lo más pronto posible para que volvieran a estar juntos. Ahora, al leer sus mensajes, no sentía nada.

Fabián creía que ella solo estaba haciendo un berrinche, y no pensaba humillarse para calmarla. Según él Ariadna no podía vivir sin la familia Morales, y mucho menos sin él. Como estaba ocupado con la empresa, pensaba que podía disculparse después. Total, ella nunca se iría.

Pero esta vez, el silencio de Ariadna era distinto. ¿La había consentido demasiado? Mientras pensaba eso, recibió una llamada de Elisa y se olvidó del tema.

El día que Ariadna recibió su visa, compró el tiquete. No volvió a la villa de Fabián. Allí no tenía nada que fuera suyo. No era ambiciosa, y lo que obtuvo por el broche de diamante rosa le bastaba.

Con jeans y una camisa blanca, fue a la antigua casa de los Morales para despedirse de Ignacio, quien la había ayudado años atrás. Pero, como siempre, se encontró con Laura.

—¡Oye, sordita! Al menos tuviste algo de decencia. Mi hermano y Elisa están mejor que nunca. ¡Te recomiendo que te separes de él rápido! —le dijo ella.

Antes, Ariadna habría discutido. Ahora que ya casi se iba, no valía la pena. Intentó seguir de largo, pero Laura la detuvo.

—¿Sabes por qué mi hermano aceptó comprometerse contigo? ¿De verdad creíste que por salvarle la vida ibas a casarte con él? ¡Fue porque Elisa se iba a casar! Solo lo hizo por despecho. ¿Y sabes qué? Si no podía casarse con Elisa, le daba igual con quién. ¿Lo entiendes?

Ariadna sonrió.

—Lo sé.

Y sí, ella ya lo había entendido todo. Sacó el documento de divorcio y se lo lanzó a Laura.

—Llévaselo. No volveré a tener nada que ver con ustedes.

Fue ahí cuando Laura se dio cuenta de algo: Ariadna no llevaba el audífono. Pero… ¿cómo era posible que escuchara?

—¿Ya no eres sorda? ¿Desde cuándo? —preguntó, sorprendida.

—Eso no te incumbe. Y tampoco le incumbe a tu familia.

—No te hagas la santa. Con esas falsas sonrisas convenciste al abuelo, con tu supuesto amor hiciste que mi hermano no te dejara. ¡Pero a mí no me engañas! ¿De verdad vas a irte? ¿Y dejar de vivir bien acá?

Ariadna no contestó. Caminó fuera de la casa de los Morales sintiéndose más tranquila. El sonido del viento entre los árboles era el sonido de su libertad. Dejó a Laura paralizada, incapaz de creerlo. ¿De verdad se iba a ir?

Laura siempre había odiado a Ariadna. ¿Cómo una sorda se atrevía a querer casarse con su querido hermano? La atacó de todas las formas posibles: física, emocional y verbalmente. Pero nunca logró quebrarla porque su corazón siempre había estado con Fabián. ¿Ahora… se iba y ya?

En el aeropuerto, Ariadna llamó por última vez a Ignacio. Y no volvió a contestarle a nadie de esa maldita familia. Fue lo último que hizo. Desde ese momento, su camino estaba lejos. Más allá de montañas, mares… A una distancia eterna.

En la sala de espera, anunciaron el embarque. Mientras el teléfono sonaba una y otra vez con llamadas de Fabián, Ariadna no dudó. Sacó la tarjeta SIM, la rompió y la tiró a la basura. Ya no tenía nada que ver con esa ciudad. Con su maleta en mano, subió al avión.
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