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Capítulo 3

Author: Michel Granada
Miguel pareció notar algo extraño en mí. Se quedó momentáneamente atónito y luego sugirió:

—¿Y si nos vamos ahora? Podríamos ir a algún lugar para relajarnos.

Levanté la mirada hacia él con una ligera sonrisa.

—Vamos en yate entonces, un paseo nocturno, y de paso vemos el amanecer.

Ya en el coche, comenzó a hablarme sobre los planes para el día siguiente:

—Ya tengo preparada tu sorpresa de cumpleaños. Cuando pase este período y deje de estar tan ocupado, podemos planear tener un hijo, ¿qué te parece?

Yo solo escuchaba en silencio, con la mirada perdida en la ventana, sin responder.

Apenas arrancó el coche, su teléfono sonó.

Contestó frunciendo ligeramente el ceño, con un tono que denotaba cierta incomodidad.

Me volví hacia él y, con voz tranquila, dije:

—Si tienes algo que hacer, ve primero.

—Sara, yo... —dijo, dudando.

—No te preocupes, iré al yate a esperarte —lo interrumpí.

No alcancé a ver quién llamaba, pero sabía que solo una persona podía provocar esa expresión en su rostro.

Ya sola en el yate, saqué mi teléfono y abrí las redes sociales de Gloria.

Una foto recién publicada apareció ante mis ojos con la descripción:

«Cuando tienes éxito, siempre hay alguien a tu lado que te trae comida tarde en la noche y viene especialmente a charlar contigo. Gracias por cuidarme siempre.»

En la sección de comentarios abundaban los halagos:

«¡Tu marido es tan bueno contigo!»

«¡Este es un verdadero ejemplo de un esposo que adora a su esposa!»

Sin embargo, mi atención fue captada por una mano en la fotografía, en cuya muñeca había una pulsera de cuentas que me resultaba muy familiar.

Era Miguel.

Llamé a su teléfono, pero fue Gloria quien contestó.

—¿Por qué llamas tan tarde? ¿No me digas que buscas a Miguel? —dijo con un tono cargado de burla—. Ríndete, esta noche él no volverá. ¿Qué culpa tengo si mi buena hermana no es capaz de retener a su hombre? Te lo di, y no pudiste mantenerlo a tu lado.

Colgué fríamente, me volví hacia el personal del yate y ordené:

—Zarpen.

—¿No esperamos a los demás?

—No hay que esperar, solo iré yo —respondí con suavidad.

El yate comenzó a moverse lentamente, cortando la superficie del mar en la oscuridad, dirigiéndose hacia aguas profundas.

Me quedé sola en la proa, contemplando el cielo estrellado. El viento marino era frío como cuchillas y la luz de las estrellas se derramaba sobre la brillante superficie del agua.

Miguel no apareció en toda la noche.

Apoyada en la cubierta, miraba el mar con los ojos vacíos mientras en mi mente aparecían fragmentos de los últimos cinco años. Su ternura, su compañía, sus promesas… cada fragmento pasaba por mi corazón como una astilla, pero, al final, solo podían formar una imagen rota.

Todas las apariencias, toda la hipocresía, ahora parecían irónicas y ridículas.

Antes del amanecer, hice una última llamada a su teléfono. Pero, esta vez, estaba apagado.

Miré fijamente la pantalla y programé la carga automática de la grabación telefónica y el video que documentaba la creación de aquel cuadro.

Cuando terminé, caminé hacia la popa y contemplé por última vez la tenue luz que comenzaba a asomar en el horizonte. Tras lo cual, di un salto y me sumergí en las frías aguas del mar.

Mientras tanto, Miguel se marchaba apresuradamente de casa de Gloria diciendo:

—Me tengo que ir, mañana es su cumpleaños y le prometí acompañarla a ver el amanecer.

—Miguel, ahora yo también te necesito... —lo detuvo Gloria, insatisfecha.

—No puedo —repuso Miguel, negando con la cabeza—. Hoy no.

Sin embargo, en ese momento, su asistente lo encontró.

—Señor Vargas, ¡su esposa se ha lanzado al mar!

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