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Huí de mi boda y encendí la aurora
Huí de mi boda y encendí la aurora
Autor: Pomelo

Capítulo 1

Autor: Pomelo
Me quedé pegada a la puerta, oyendo cada palabra de Pablo y Manuel Torres con una nitidez que dolía. La bandeja de fruta que llevaba me temblaba entre las manos.

—¿No te arrepientes ni un poco? —preguntó Manuel.

Al oír la duda en su voz, una chispa de esperanza se me encendió en el pecho.

—Todo fue por Lucía. No me arrepiento —respondió Pablo.

Manuel se pasó la mano por la frente, vencido, e insistió:

—¿Y de qué sirvió ayudarla a afianzarse en su familia? ¡Igual eligió a Javier! ¿De verdad vas a lastimar a quien sí te ama por alguien que no te quiere?

Pablo no parpadeó, sino que miró a Manuel y habló con una calma que helaba:

—A quien elija Lucía es asunto suyo; yo solo quiero ayudarla. En cuanto a Daniela, me ama tanto que si no me caso con ella, eso sí sería dañarla. Mientras no sepa la verdad, no sufrirá. También la estoy protegiendo.

Manuel se quedó sin palabras ante su razonamiento.

Yo, en cambio, esbocé una sonrisa torcida.

Me reí de mi ceguera y de mi torpeza, durante los últimos tres años.

Tres años vi a Pablo como mi benefactor, como mi salvación. Se había plantado frente a mí cuando toda la ciudad se burlaba de mí. No solo había saldado mis deudas, sino que también había sepultado a mi padre. Gracias a él, en medio de mi caída, encontré refugio. Por él, no le guardé rencor a Javier por haberme abandonado.

Pero ahora, su conversación con Manuel me decía que todo era mentira. Y yo estaba a punto de casarme con el hombre que había provocado la ruina de mi familia.

En ese momento, escuché pasos adentro, y, sin pensarlo, corrí hacia mi habitación.

Cuando Manuel se fue, Pablo volvió, se plantó frente a mí y me tomó las manos.

—Las tienes heladas, ¿te sientes mal?

Apoyó su palma en mi frente, midiendo mi temperatura.

—No tienes fiebre. Dani, ¿qué te duele?

Me miraba con tanta preocupación que me dio miedo. No me amaba, y, aun así, sabía actuar como si me amara hasta los huesos.

Solté sus dedos despacio y forcé una sonrisa.

—Dejé la ventana abierta… seguro fue la corriente.

Pablo caminó hacia la ventana, la cerró y, sin volverse, me advirtió:

—Eres de salud frágil; no te quedes en la corriente. Si te enfermas, me va a doler.

Antes habría sonreído radiante y me habría colgado de su cuello para pedirle mimos. Pero ahora, solo guardé silencio.

Al notar mi ánimo, se agachó para mirarme a los ojos, diciendo:

—Mañana es nuestra boda. Dani, ¿no te hace feliz casarte conmigo?

Desde que lo escuché con Manuel, me quedé suspendida, sin saber qué hacer. Sin embargo, sus palabras me aterrizaron de golpe: no debo casarme con él.

Tengo que irme.

Temiendo que notara algo raro, lo tranquilicé:

—Debe ser ansiedad de novia… No te preocupes, estoy bien.

Pablo sonrió.

—No te angusties. Voy a estar contigo siempre.

Hace tres años me dijo lo mismo. Y, durante tres años, lo cumplió.

Yo creí que era por amor. Ahora sé que también era su forma de pagar culpas… y de atarme.

—Dani, vayamos a la casa nueva a terminar de arreglar la habitación —propuso, cortando mis pensamientos.

Asentí.

La casa quedaba al poniente de la ciudad, una mansión impecable.

La primera vez que la vi, me enamoré al instante. Pablo me dijo que la había elegido según mis gustos. Pero, al cruzar de nuevo el umbral, un frío me recorrió entera.

El hombre frente a mí era mi enemigo; el hombre al que había puesto en mi corazón había resultado ser quien había detonado la caída de mi familia. ¿Cómo ese sitio podría parecerme cálido?

Entonces sonó su teléfono.

Era el tono exclusivo de Lucía.

Ya hasta habíamos discutido por ese tono. Pablo me aseguró que era solo su socia, y me lo dijo con tal seriedad que no me quedó más remedio que creerle.

Tragándome el disgusto, no volví a quejarme: temía que pensara que yo era una caprichosa.

Hoy, en cambio, ese sonido me supo a campana de auxilio.

Pablo me miró con una mueca incómoda y contestó, no sin antes apartarse unos pasos, tras lo cual regresó con el gesto alterado.

—Dani, surgió algo en la empresa. Tengo que ir. Empieza a acomodar; lo que falte lo hacemos cuando vuelva.

No esperó mi respuesta. Salió sin mirar atrás.

Mientras lo veía irse, respiré por fin… y me dolió más.

Antes había sido sumamente ingenua, y también fingí que no veía.

Las llamadas de Lucía siempre habían sido prioridad para Pablo, sin importar qué estuviera haciendo.

Una vez, incluso, estábamos a mitad de un momento íntimo cuando sonó su teléfono, y, en cuanto oyó un sollozo al otro lado de la línea, se vistió y se marchó sin más.

Sin mirarme, ni decirme nada.
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Último capítulo

  • Huí de mi boda y encendí la aurora   Capítulo 8

    Cuando Pablo me encontró, yo estaba cerrando la mochila: esa noche iba a ver auroras.Con el aluvión de chismes en mi país, lo suyo con Lucía había quedado sepultado por el tiempo.Y yo había aprendido a soltar.Ni la tristeza ni el rencor merecían que me siguiera lastimando.Mientras volvía a abrazar mi vida, me solté a mí misma: dejé de evitar las noticias.Hasta abrí un Instagram para subir mis platos. Empezaron a llegar seguidores.Nunca imaginé que entre ellos estuviera Pablo.Apenas salí, lo vi en la calle, de pie en el viento helado, frotándose las manos.—Hace un frío tremendo… Dani, ¿ya te acostumbraste?Fue extraño. En solo unos meses, lo vi diferente.Sin odio. Sin dolor. Llana como el agua.Me quedé frente a él, y respondí como quien dice qué comió hoy.—Nada mal.A Pablo se le desbordó el pecho. Echó a andar hacia mí y me abrazó.—Dani, perdón…Le sentí el latido fuerte, retumbando contra mi clavícula. Sus brazos me apretaron tanto los hombros que por poco me faltó el aire

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    Me mantuve ocupada a propósito. Cerré la ventana de las noticias de mi país.Pero llegó la noche polar, acorté el horario del local y me sobró tiempo.La curiosidad pudo más: abrí los portales.Lucía y Javier se habían divorciado.Después de que Pablo filtrara a los tabloides su hospitalización, los reporteros cayeron como moscas a la carne. Tiraron del hilo desde “¿por qué está internada?” hasta destapar que Javier era estéril.Los líos de la alta sociedad quedaron al desnudo y los Martínez cortaron por lo sano: divorcio inmediato.¿Y el bebé? Según las notas, fue “souvenir” del after de la boda.Decían también que, ya divorciada, Lucía buscó a Pablo. No la dejaron entrar.La noticia lo decía al pasar, pero la escena se dibujaba sola.Lucía había ganado lugar en su familia por dos razones: el respaldo de Pablo y su título de nuera de los Martínez.Ahora no tenía ni lo uno ni lo otro.Pablo, además, había perdido el pulso desde mi partida: tropezón tras tropezón en los negocios.Sin es

  • Huí de mi boda y encendí la aurora   Capítulo 6

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    Lucía dijo que le dolía el vientre y le pidió a Pablo que regresara al hospital.Él dudó… y terminó yendo.Viendo cómo se alejaba, Manuel solo pudo suspirar:—Así es el destino…Al llegar, con la prisa, Pablo chocó con alguien.—¿Señor Romero?Era el doctor Diego Ruiz, el médico tratante del padre de Daniela.Solo de verlo, a Pablo se le encendió una alarma en el pecho. Asintió, listo para seguir de largo.—Oiga, ¿Daniela no vino con usted hoy? ¿Cómo va?—¿Qué pasa con Daniela?El nombre le apretó el corazón: ¿estaba enferma? ¿Por qué fue al hospital? ¿Por qué no le avisó?El doctor Ruiz le contó que Daniela había ido el día anterior a preguntar por la muerte de su padre y, al final, lo animó a ayudarla a salir de ese duelo.Pablo se quedó helado.Daniela sabía la verdad.Un miedo frío le recorrió la espalda. Le pidió a Manuel que fuera a su estudio y buscara, en la caja fuerte, el contrato de la antigua cooperación con los Álvarez.No hubo sorpresa: no estaba.Pablo se apoyó en la par

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