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Capítulo 2

Author: Pomelo
Apenas Pablo se fue, me dirigí al Hospital Rd.

En mi recuerdo, cuando la empresa de mi familia entró en crisis y mi papá terminó internado, ningún médico me habló de un riesgo inminente.

Solo me decían que necesitaba descansar.

Hacía tres años yo era muy ingenua. Con el desastre encima, solo sabía desesperarme.

Hoy, pensándolo con calma, todo había sucedido demasiado rápido.

Busqué al médico tratante de mi padre, el doctor Diego Ruiz.

—Doctor Ruiz, ¿cuál fue la causa real de la muerte de mi papá?

Al verme se sorprendió; pero, al oír mi pregunta, lo hizo todavía más.

—¿No lo sabías?

Negué, aturdida.

—Tu padre… se quitó la vida. ¿Nadie te lo dijo?

Sus palabras me partieron como un rayo lo hace con un cielo despejado.

Abrí la boca, pero no me salió la voz.

El doctor suspiró y me dio una palmada en el hombro.

—¿Aún no lo superas? Lo siento mucho.

Forcé una sonrisa triste y me despedí.

En el camino de regreso, caminé como entre la niebla, cocando con varias personas sin siquiera notarlo.

Quien me había avisado de la muerte de mi padre fue Pablo.

En esa época yo me quedaba a cuidarlo todas las noches y había adelgazado un mundo. Pablo, preocupado por mí, se ofreció a relevarme y me mandó a casa a descansar un día. Pero, justo ese día, llegó la noticia.

Pablo me sostuvo mientras yo lloraba desconsolada. No me dejó acercarme al cuerpo.

"Voy a estar contigo, no tengas miedo", me dijo.

Ahora entiendo: me abrazaba para que no descubriera que mi papá se había quitado la vida.

Al pensarlo, no pude evitar darme una bofetada.

¿De qué demonio me enamoré?

Estaba hundida en ese remolino cuando escuché una voz que no oía hacía tiempo.

—Daniela, cuánto tiempo.

Lucía estaba en el patio de mi casa, sentada en el columpio, sonriéndome como si nada.

—¿Cómo entraste?

Nunca me cayó bien. Y menos después de que Javier me dejara por ella.

Frente a Lucía, no podía fingir una sonrisa.

Ella se acercó, encantada de conocerse.

—Con la clave, obvio. Pablo nunca cambia: 0717, mi cumpleaños.

Sentí que el piso se me hundía.

Todas las contraseñas de Pablo eran 0717.

Le pregunté una vez y me dijo que era el día en que ganó su primer gran negocio.

Qué ironía: cada 17 de julio yo celebraba con él “su gran éxito”.

—¿Te gusta el columpio? Yo le dije a Pablo que algún día quería uno en el patio de mi casa. “Se vería increíble”, le dije. Mira tú, sí se acordó.

Hablando así, cruzó el umbral como si fuera la dueña.

—¡Wow! ¿Ese cuadro lo trajo Pablo de Milán?

Señaló la pieza que colgaba en el descanso de la escalera, emocionada.

—Quién diría que de verdad la compró en subasta… Lástima que Javier no me dejó quedármela. Si no, jamás se la habría “cedido” a Pablo —remató, guiñándome un ojo.

La seguí pasito a pasito, casi por masoquismo, oyéndola enumerar recuerdos que eran suyos… y silenciosa.

La alfombra era regalo de Lucía.

El cuadro, su favorito.

El estilo de la casa, elegido por ella.

Todo estaba hecho a su medida.

Y yo, tonta, creyendo que Pablo había escogido esta casa pensando en mí.

De pie las dos en el mismo sitio, me sentí la invitada.

Comparada con Lucía, yo era la extraña aquí.

—¿Eh? ¿Estas son sus fotos de boda? —alzó un portarretrato—. Tu vestido es igualito al que usé yo.

Sonrió, filosa.

—Con razón… Eres mi sustituta.

Me abalancé para quitarle la foto.

—¡Dámela!

—¿Y tú quién te crees para alzarme la voz?

Le cambió la cara y alzó la mano para abofetearme, pero el rugido de un motor afuera la distrajo. Se volteó de golpe, se echó hacia atrás…

—¡Ah!

Pablo había vuelto.

Yo apenas alcé la vista hacia la entrada cuando Lucía empezó a rodar por las escaleras.

Cayó desde el segundo piso hasta el primero, gritando de dolor.

Pablo irrumpió, corrió hacia ella y la alzó del suelo.

—¿Qué hiciste? —me gritó, lívido—. ¡Si a Lucía le pasa algo, te vas a ir con ella!

Me taladró con la mirada y, sin soltarla, se dispuso a salir.

—Mi bebé… mi bebé… —murmuró Lucía, cada vez más pálida.

Recién entonces vi la sangre esparcida en el piso.

Pablo se descompuso.

—¡Te llevo al hospital ya!

—No culpes a Dani… no fue a propósito… —alcanzó a decir Lucía antes de desvanecerse.

Pablo no volvió a mirarme. Salió a toda prisa con ella en brazos.

Cuando se fueron, me quedé sola, observando las manchas en el suelo, sumida en un silencio espeso.

“¿Será esto una forma de justicia poética?”
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