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Capítulo 03

Author: Isabella Luna Espinoza
Desde aquel día, Elías Carranza se volvió mucho más atento.

En la secundaria, jamás me había dado cuenta de que podía hablar tanto. Todos los días me preguntaba qué hacía, qué comía, y me mandaba emojis tristes con frases como:

«Te extraño muchísimo.»

Con él presente, la soledad parecía mucho más llevadera.

Tres días después, Iván me envió una foto.

Aparentemente, estaba comiendo con sus padres.

«Amor, ya van dos días y no me has llamado.»

«¿Qué tal en tu nueva casa? ¿Verdad que sin mi abrazo no puedes dormir bien?»

Si no me equivocaba, el brazo pálido que salía en la esquina de la foto era de Natalia, por lo que fui directa:

«Parece que te llevas muy bien con Natalia.»

Él respondió de inmediato:

«Ella insistió en venir, no tuve opción.»

«Y bueno, mis papás la adoran. Sabe cómo ganárselos. Un día de estos debería enseñarte.»

Él sabía que yo era huérfana, por lo que también sabía que nunca tuve a nadie que me enseñara cómo tratar con los mayores.

Intentó enmendarlo con un siguiente mensaje:

«Te casaste conmigo, no con mis padres. No tienes que aprender a agradarles.»

Esa amargura que tanto me costó reprimir, volvió a subir por mi garganta, y no respondí.

Más tarde, Iván me llamó.

—La señora de limpieza me dijo que no fuiste al departamento. ¿Dónde estás?

Suspiré.

—No quiero ir.

Al notar mi tono, se rio.

—¿Qué te pasa? ¿Ahora aprendes de Natalia y haces berrinche? Ya te dije que era solo por aparentar. Cuando me aburra de ella, vuelvo contigo. Anda, dime dónde estás. Voy a buscarte.

Pensé en todos estos años y supe que ya no quería seguir así, por lo que, en voz baja, le dije:

—Estoy en el residencial antiguo, el de antes de casarnos. Ya lo conoces.

Iván siempre fue impulsivo. Temía que apareciera en cualquier momento, así que me obligué a levantarme y esperarlo en la sala.

Pero lo único que llegó fue una llovizna. El viento levantó mi cabello y cerré la ventana mientras llamaba por teléfono. La llamada se cortó al instante.

Y entonces… llegaron los audios.

«¡Ufff, qué exagerada! Le compré un departamento enorme y no lo quiere, prefiere esa pocilga donde vivía antes.»

«¿Quién la quiere? Al principio parecía divertida, toda calladita y tonta. ¿Quién pensaría que con una bolsa de camotes asados al año ya se enamoraría? Como si nunca hubiera comido algo decente, ¡ja, ja, ja!»

«¿Y el matrimonio? Bah, fue porque no conseguí a nadie más. No quería buscar por fuera, y ella estaba limpia y obediente. Aunque… en la cama, es muy aburrida.»

«Natalia, tú eres mejor. Más divertida. Más atrevida. Ven, mi amor, dame un beso.»

El audio se cortó ahí, y yo sentí cómo el corazón se me partía en dos.

Esto, ya no podía terminar de forma civilizada.

Me quedé sentada en silencio hasta el amanecer.

Entonces, alguien tocó suavemente la puerta metálica.

—Lucía, soy yo.

Aturdida, caminé a abrir.

Hacía mucho que no veía a Elías. Se le notaba más maduro, más sereno, completamente diferente a los emojis traviesos que solía mandarme. Tenía una bolsa de camotes asados en la mano.

Por un segundo, su rostro se superpuso con el de Iván. Las palabras del último audio aún zumbaban en mis oídos.

De pronto, le arrebaté la bolsa, la tiré al suelo y lo empujé.

—¡Lárgate! ¡No quiero verte!

***

Mientras tanto, Iván, que no tenía trabajo pendiente, se fue a pasear con Natalia. Habían rentado una finca en la sierra, y, por la tarde, todos disfrutaban de las aguas termales. Algunos cabeceaban entre la bruma del vapor. Hasta que, de repente, alguien gritó:

—¡No manches! ¡El heredero de la familia Carranza volvió al país! ¿No tenías un proyecto donde necesitabas que la familia Carranza invirtiera? ¡Ahora es el momento de acercarte!

Iván se quitó la toalla de la cabeza de golpe y nadó hasta su amigo.

Pero este se puso nervioso, y se aferró al celular.

—No, no… olvídalo. Me equivoqué.

Pero eso llamó más la atención y todos se acercaron.

—¿Qué pasa? ¡Déjame ver

Unirlo.

El celular le fue arrebatado en segundos.

—¡Mira nada más! ¡Recién llegado y ya en plan romántico! ¡Está cargando a una mujer! Esa mujer me suena…

De pronto, todos entendieron por qué el amigo había mentido.

Iván estaba siendo engañado.

Nadie se atrevía a decir nada.

Iván le quitó el celular, con el rostro pálido.

En la foto, bajo la llovizna, Elías Carranza llevaba en brazos a una mujer rumbo al auto.

Su rostro no se veía, pero Iván reconoció los zapatos que ella llevaba.

Él mismo se los había comprado a Lucía Rivas.

Al ver esto, se levantó de golpe y empezó a vestirse.

—¡Ey! ¿A dónde vas? ¡Natalia está por llegar!

Él apretó los dientes, maldiciendo:

—¡Lucía se fue con otro!

Todos se quedaron paralizados, mientras Iván sentía un latido feroz en el pecho. Tenía la sensación de que, si no iba de inmediato, la perdería para siempre.

Subió al auto y manejó a toda velocidad hacia el residencial antiguo, sin notar que un coche de lujo pasaba en sentido contrario.

Marcó una y otra vez.

Tuu… tuu… tuu…

Nadie contestó.

Con el corazón, latiéndole con violencia, subió corriendo los escalones que conocía tan bien y pateó la puerta.

Vacía.

¡Todo estaba vacío!

Iván se quedó congelado, enfrentando la realidad.

¡Lucía Rivas ya no lo quería!
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