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La Última Carta
La Última Carta
Author: Valentina García

Capítulo 01

Author: Valentina García
Después de pasar toda la noche en un avión, Julieta Ramírez llegó al departamento con el rostro pálido y agotado, y lo primero que vio fue ropa tirada en el suelo, mientras un olor fuerte, agrio y penetrante impregnaba el aire, revolviéndole el estómago.

Gabriel Fuentes, con el torso desnudo, se encontraba en la cama, rodeando con sus brazos a una mujer que llevaba puesto el camisón de seda favorito de Julieta. Las manos de él recorrían el cuerpo de la otra como si estuvieran solos, mientras una sonrisa burlona se dibujaba en su rostro.

Gabriel alzó una ceja, y soltó una carcajada descarada al ver a Julieta parada en la puerta.

—¿Qué tal, Julieta? ¿No crees que a ella le queda mejor que a ti? Si no me falla la memoria, esta es la novena vez que me descubres en la cama con otra mujer. ¿En serio todavía no estás dispuesta a firmar el divorcio?

Julieta se apretó el estómago con una mano, pero, esta vez, no reaccionó con rabia.

—Ponte algo. Tenemos que hablar.

Gabriel soltó una risa sarcástica mientras la miraba alejarse.

—¿Tú y yo? ¿Hablar de qué? ¿Qué podríamos tener que hablar?

Julieta se detuvo, sin girarse.

—Del divorcio.

Por primera vez, Gabriel pareció desconcertado.

—¡Vaya, qué maravilla! ¡Por fin vas a hacerme el favor!

Julieta apenas llevaba cinco minutos sentada en el estudio cuando Gabriel entró por fin con la camisa bien abotonada. Era evidente que tenía prisa.

—No me estarás tomando el pelo, ¿verdad, Julieta?

Ella lo miró sin emoción y deslizó hacia él un documento sobre la mesa.

—Léelo. Si todo te parece bien, firma.

Gabriel lo tomó con recelo, convencido de que Julieta no se lo pondría tan fácil. Después de todo, la familia Ramírez ya no era lo que había sido. Por lo que él pensaba que ella seguiría aferrándose a él como una sanguijuela.

Pero al leerlo... se quedó sin palabras.

Julieta no solo no pedía nada, sino que incluso renunciaba a la casa que compartían.

—¿Hablas en serio? —preguntó, frunciendo el ceño—. ¿O vas a ir a armar escándalo a la casa de mis padres apenas salga de aquí?

—Hablo en serio —respondió Julieta, manteniendo la calma—. Y no, no voy a hacer ningún escándalo. Quédate tranquilo.

Sin más dudas, Gabriel firmó al pie del documento con un gesto rápido. Cuando puso el último trazo, sonrió aliviado.

—Ya que está todo listo, vamos de una vez al registro civil. No pienso perder ni un solo día de esos malditos treinta de «reflexión obligatoria».

—¿Ahora mismo? —inquirió Julieta, frunciendo el ceño.

—¿Qué? ¿Vas a arrepentirte ahora? ¡Sabía que ibas a salir con algo!

A pesar del dolor punzante en el estómago, Julieta lo miró con firmeza.

—No. Vamos.

Sin dudarlo, Julieta lo acompañó al registro.

Cuando el funcionario les entregó el formulario, les explicó:

—Tienen treinta días por si alguno se arrepiente...

—¿Arrepentirme? —bufó Gabriel y soltó una carcajada mientras dejaba la pluma sobre el escritorio—. Ni en sueños.

Julieta salió unos minutos después, pero encontró a Gabriel esperando dentro del auto.

Cuando la vio, tocó la bocina con aire burlón. Bajó un poco la ventanilla, se quitó los lentes oscuros y dijo con tono condescendiente:

—Julieta, después de todo, compartimos cama alguna vez. No te preocupes, seguro encuentras a otro. De hecho... este tipo parece un buen candidato.

Le extendió una tarjeta de presentación. Pensó que Julieta lo rechazaría indignada, sin embargo, ella la tomó con calma.

—Gracias. Lo pensaré.

Dicho esto, se dio media vuelta y se alejó, dejándolo ahí... perplejo.

Lo que Gabriel no sabía era que esos treinta días... no eran solo el período de reflexión para el divorcio.

Eran también...

La cuenta regresiva hacia la muerte de Julieta.
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