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Capitulo 3

Author: Luma Manal
La burla en su voz y el desprecio en su mirada me golpearon como bofetadas silenciosas, y, en ese instante, la imagen que tenía de él empezó a desmoronarse.

La primera vez que vi a Bruno fue en la fiesta de cumpleaños número dieciocho de Diego.

Ese día, Diego me había llevado a la mansión de los Pinto y me había presentado ante todos:

—Desde hoy, Clara es parte de la familia Pinto. Mientras yo esté vivo, nadie va a lastimarla.

Bruno, que estaba con el celular en la mano, alzó la vista de inmediato y me observó durante unos segundos. Luego sonrió, amplio, directo:

—Bueno, si Diego lo dice, entonces Clara también es de los míos. Yo también te voy a cuidar.

Sentí cómo todas las miradas de la sala se clavaban en mí. Algunas curiosas, otras envidiosas... y no faltaron las que simplemente me despreciaban.

Me sentí tan fuera de lugar que ni siquiera supe cómo reaccionar.

Bruno dejó el celular a un lado y cubrió mi mano con la suya, diciendo:

—Ven, Clara. Vamos a dar una vuelta, así nos conocemos mejor.

No me dio tiempo de decir nada. Me subió al auto y me llevó a recorrer la ciudad.

Si Diego no hubiera llamado para decirle que volviéramos, seguro terminábamos viendo el mar.

Cuando bajamos del auto, me pellizcó suavemente la mejilla. En su rostro, aún juvenil, había una sinceridad que me desarmó.

—No te quedes solo con Diego —me dijo—. Acuérdate que también estoy yo.

Desde entonces viví con Diego, y Bruno se volvió visita frecuente.

Me llevaba a todas partes. Cuando se nos acabaron los destinos en la ciudad, empezamos a viajar afuera.

El día que me gradué de la universidad, los dos estaban ahí.

Me sentí como una princesa, entre miradas que mezclaban admiración y envidia.

Esa noche, en la playa, Bruno encendió fuegos artificiales durante horas. Y, cuando el cielo ya estaba iluminado, me confesó lo que sentía por mí.

El corazón me latía tan fuerte que iba a responderle... pero Diego me cubrió la boca con la mano.

Sentí su respiración tan cerca, y su voz, firme, clavándose en Bruno:

—Clara todavía es muy joven. No está lista para eso. No la confundas.

Bruno bajó la mirada. El gesto le dolió... y a mí también. Sentí ese golpe directo en el pecho. Pero Diego no se movió. Me sostuvo igual que siempre, tranquilo, como si nada más hiciera falta.

Creí que después de esa noche todo sería distinto, que Bruno se mantendría lejos.

Pero al día siguiente estaba ahí, como siempre. Y Diego no volvió a tocar el tema. Todo parecía igual... hasta que volvió Elsa.

Desde entonces, Bruno empezó a venir menos. Y Diego, simplemente, dejó de volver a casa. Lo que fue nuestro hogar se fue quedando vacío. Y al final, solo quedé yo.

Pensando en esto, me humedecí los labios resecos antes de hablar:

—No estoy molesta.

Era una frase corta, pero el ardor en la garganta la volvió áspera, casi rota.

Bruno soltó un suspiro y pareció relajarse al fin.

—Qué bueno que no te enojaste, Clara... mi hermanita. Cuando estés mejor, te llevo a dar una vuelta, ¿sí?

Apenas si esbocé una sonrisa, sin emoción.

Desde que me había confesado sus sentimientos, Bruno había dejado de llamarme hermana y me pedía que tampoco lo llamara así. Decía que escuchar esa palabra de mi parte le provocaba una sensación distinta, como calor.

Pero el día que Elsa volvió, y lo nombré frente a otros, su rostro cambió de inmediato.

—Clara, llámame hermano —dijo entonces, con ese tono serio que no admitía réplica.

Desde entonces, otra vez se hacía llamar mi hermano y pretendía que yo también lo tratara como tal.

Una presión incómoda se acumuló en mi pecho.

Aquellos recuerdos, dulces y cercanos, todavía sabían cómo hacerme anhelar lo que alguna vez tuve.

Pero siempre aparecía alguien dispuesto a recordarme que todo eso ya no existía.

Diego miró su reloj y bajó un poco la voz, tratando de dar por cerrado el asunto.

—Bueno... si todo está claro, descansa, Clara. Mañana te vas a sentir mejor.

¿Descansar? ¿Y con eso se suponía que todo se arreglaba? ¿Durmiendo como si no hubiera pasado nada?

Asentí en silencio. No porque creyera en su respuesta, sino porque no tenía energía para discutir.

Diego se fue. Poco después, Bruno atendió una llamada del trabajo y también salió.

La habitación, en la cual ahora solo nos encontrábamos Elsa y yo, se quedó en silencio.

Me sorprendió que decidiera quedarse.

Desde su regreso, apenas podía disimular el desagrado que le provocaba verme.

Aún recuerdo esa primera mirada que me lanzó: altiva, desdeñosa, molesta de tan solo verme ahí.

Aparté la vista, pero su voz me alcanzó igual:

—Qué suerte la tuya, Clara… sobreviviste.

El sarcasmo en su tono era tan espeso como el veneno.

—Aunque bueno, me alegra que sigas viva. Así podrás ver con tus propios ojos lo ridículo que es intentar ocupar mi lugar.

¿Ocupar su lugar? Jamás me había propuesto tal cosa.

—Te equivocas. Nunca quise reemplazarte.

Elsa soltó una risa seca, cargada de burla.

—¿No? ¿Entonces por qué sigues ahí, pegada a ellos? No me digas que es por agradecimiento. —Se acercó un poco más, su voz bajó hasta casi un susurro—:¿De verdad no lo ves? Diego no te compró por lástima.

Su mirada se clavó en la mía. Sus palabras eran pausadas y frías.

—¿Nunca te diste cuenta de lo mucho que tú y yo nos parecemos?
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