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Capítulo 2

Penulis: Carmen
Cuando sus siluetas desaparecieron por el pasillo, apreté los puños con fuerza. Los seguí con la mirada, llena de rabia.

No. Aunque esto terminara en una separación, esta humillación no me la iba a tragar.

Salí corriendo tras ellos.

Justo cuando estaban a punto de entrar en la habitación, alcé la voz:

—Grey, ¿de verdad piensas pasar la noche con ella?

Grey se quedó congelado y giró la cabeza hacia mí, con una mirada llena de alarma y reproche.

—Cállate —dijo, con voz firme—. ¿Por qué gritas? Solo estoy llevando a Scarlett a su cuarto. ¿Qué te pasa, tan sensible y celosa hoy?

Me miró de arriba abajo, como si estuviera buscando algo para criticar.

—¿Qué te pasa hoy? ¿Ahora que te casaste conmigo crees que puedes relajarte y sacar tu mal carácter?

En ese momento, Scarlett apoyó la cabeza en el hombro de Grey, como una niña asustada.

—Es muy agresiva... —murmuró, con voz temblorosa—. ¿Y si después me trata mal?

La mandíbula de Grey se tensó y su expresión se volvió aún más severa.

—No te va a hacer nada —le aseguró—. Y si se atreve a faltarte al respeto, la pongo en su lugar.

Scarlett sonrió, satisfecha. En cuanto bajó la mirada, me lanzó una mirada rápida y venenosa, llena de triunfo.

Yo respondí con una sonrisa fría.

Esa mujer llevaba años perfeccionando el papel de pobrecita indefensa para ganarse la compasión de todos.

Gracias a eso, sin importar lo que hiciera, él siempre terminaba defendiéndola.

Incluso cuando yo era solo su novia, el hecho de que ella fuera la viuda de su hermano pesaba más que cualquier otra cosa, y yo tenía que ceder.

Solo que, a fuerza de ceder, ella se había acostumbrado a pasarse de la raya.

Se me endureció la mirada y, lejos de bajar la voz, hablé aún más alto:

—Grey, yo soy tu esposa. Si esta noche te vas a dormir con ella, ¿qué se supone que soy yo para ti?

Varios invitados que aún no se habían ido alcanzaron a escuchar todo.

Miré hacia abajo: en el piso de abajo, la gente estiraba el cuello para mirar hacia la escalera.

La cara de Grey se ensombreció al instante.

—Keisha, ¿qué demonios te pasa? —me espetó, con voz fría.

No esperaba que sacara el tema una y otra vez, ni mucho menos que lo dejara expuesto delante de todos.

Se acercó a grandes zancadas, me agarró del brazo y me lanzó una mirada furiosa.

—Si sigues con este numerito, voy a tener que darte una lección.

Sentí las miradas de los demás clavadas en nosotros. Tal vez él también lo sintió, porque enseguida cambió de tono:

—Ya basta. Deja de hablar por hablar. Pídele disculpas a Scarlett y aquí no ha pasado nada.

Scarlett no perdió tiempo en apoyarlo.

—Sí, Keisha, nos malinterpretaste...

Verlos tan coordinados, tan en sintonía, me dio una sensación extraña, como si fuera una invitada en mi propia vida.

Y pensar que me había tomado años darme cuenta, qué tonta fui.

Él siempre decía que yo exageraba, que hacía escándalos de la nada... ¿De verdad era así?

Al principio, quise creer que solo estaba cumpliendo con el último deseo de su hermano, que solo cuidaba de la pobre cuñada viuda y que yo debía ser comprensiva.

Pero a fuerza de aguantar, lo que terminé perdiendo fue él.

Con ese pensamiento dándome vueltas en el pecho, sacudí su mano con fuerza y di un par de pasos hacia atrás, marcando distancia.

Él me miró sorprendido, frunciendo el ceño, como si no entendiera quién era la mujer que tenía frente a él.

Yo tampoco quise seguir fingiendo.

—Grey —dije, mirándolo a los ojos—, quien me ha estado maltratando todo este tiempo es Scarlett. ¿De verdad no lo sabías?

Su expresión cambió al instante. Se le endurecieron los rasgos, incómodo, molesto.

Respiré hondo y, por primera vez, saqué todo a la luz.

—Una vez fuimos de viaje los tres. Ustedes dos ya tenían sus boletos, pero yo no. Dijo que se le olvidó comprar el mío, pero eso fue a propósito y lo sabes.

—Otra vez, durante una excursión, ella se cayó caminando y les dijo a todos que yo la había empujado.

—En la fiesta de graduación de la universidad, cortó mi vestido de gala y me dejó en ridículo delante de todos.

—En el concurso más importante de diseño de mi vida, me puso pastillas para dormir y me dejé inconsciente. Perdí la oportunidad.

—Y, sabiendo que soy alérgica al maní, y que podría morir por eso, le puso crema de maní a mi pastel de cumpleaños.

Abajo, el murmullo se fue apagando hasta quedar en un silencio total.

Sonreí, pero era una sonrisa amarga, que me pesaba hasta en los hombros.

—Cuando estaba postrada en la cama del hospital, ¡casi me muero!, y tú viniste a verme. ¿Y para qué? No fue para preocuparte por mí, sino para regañarme por haberla asustado a ella... Dijiste que, ya que no me había muerto de verdad, no armara un drama y dejara de buscar culpables por una tontería así.
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