Cuando ocurrió el terremoto, mi esposo, el jefe del equipo de rescate, me abandonó para primero salvar a Ana, su amante. Y yo no lo detuve. Porque en mi vida anterior, cuando tuvo que elegir, me prefirió a mí, ya que estaba embarazada de ocho meses. Mientras que Ana, tras haber esperado la ayuda que yo obtuve, murió asfixiada bajo los escombros de una réplica. Sin embargo, el día de mi parto, él me arrastró hasta la tumba de Ana. —¿Duele, Alicia? —preguntó mientras yo me retorcía de dolor en el suelo, pidiéndole ayuda—. ¡Ana sufrió mil veces más bajo esos escombros! Miré a mi esposo, ahora convertido en un extraño poseído por la furia, sintiéndome incapaz de reconocer al hombre que tanto había amado. —¡Tú estabas en zona segura! —rugió—. ¡Usaste tu embarazo para evitar que yo la rescatara! ¡Todo el dolor que sufrió Ana, ahora lo sufrirás en carne propia! Me obligó a postrarme ante la foto de Ana, golpeando mi frente contra la lápida, mientras la sangre se extendía como un manto escarlata. Morí desangrada en la sala de parto. Al abrir los ojos, había regresado al día del terremoto. Y viendo esto, decidí que, esta vez, ni mi hijo ni yo dependeríamos de él.
View MoreMoví la cabeza con serenidad:—No lo olvides, Juan. Fuiste tú quien lo mató con tus propias manos.El aire se volvió pesado, cargado de un silencio sepulcral.Llamé al mayordomo para que lo echara, añadiendo con voz clara:—Jamás perdonaré al asesino de mi hijo.El día del aniversario de mi abuelo, regresé a Valencia.Me encontré con los padres de Juan y su hermana, recién llegada del extranjero.Me dijeron que lo habían expulsado de la familia y la nueva heredera era su hermana.Como siempre, el dinero triunfa sobre la sangre.Poco después, Juan fue arrestado por homicidio.La verdad salió a la luz. Ana había intentado casarse con Juan con el embarazo, pero al descubrir que ya no era el heredero adinerado, perdió todo el interés. Como el bebé sí era de Juan, Ana insistió en abortar.Sin embargo, él la interceptó camino al hospital y la arrastró a un cuarto oscuro.Él quería probar si Ana realmente tenía claustrofobia.Resultó que Ana, presa del pánico, perdió al bebé.Como en la vida
Juan firmó los papeles y fue vetado del salón por sus padres.Antes de cruzar la puerta, volvió la cabeza repetidas veces, sus ojos estaban plagados de un arrepentimiento imposible de ocultar.Yo ignoré sus miradas, tratando todo como una mera anécdota.Mi fiesta de cumpleaños continuó con esplendor, recibí las bendiciones de todos los presentes.Juan nunca volvió a buscarme.Más tarde supe que había sido expulsado del equipo de rescate.Había sido Manuel quien lo denunció.Relató detalladamente a sus superiores cómo Juan había priorizado sus sentimientos personales sobre el protocolo de auxilio, ignorando vidas en riesgo.Los padres de Manuel también renunciaron a seguir al servicio de la familia Castro, a pesar de los ruegos de los padres de Juan.El video de Juan abriéndose paso violentamente entre la multitud con Ana en brazos —mientras ella solo presentaba heridas leves— se volvió viral gracias a otros sobrevivientes.Ana, a punto de ser ascendida, fue acosada en el hospital. Panc
—¡Y mi tía es ginecóloga! —continuó la chica tímida, ahora con voz firme—. Le hizo un aborto a Ana. ¡Reconoció su carné estudiantil! Pueden verificar los registros del hospital.El salón estalló en murmullos. El rostro de Juan se volvió más oscuro que una noche sin luna.Nunca imaginó Juan que su amor hubiera tenido tantos secretos ocultos.Cerraba las manos tan fuerte que temblaba, negándose a aceptar la verdad. Ni yo misma creí que su amor por Ana sobreviviría a esto.—Aunque fueras inocente de lo demás —me señaló Juan con dedo acusador—, ¿y lo de emborracharme para quedar embarazada? ¿También lo puedes negar?Antes de que yo pudiera responder, la madre de Juan se interpuso como un escudo:—¡Fui yo quien la envió a ese bar! ¡Yo fui quien cerró con llave su habitación! Si quieres odiar a alguien, ódiame a mí, ¡soy la vieja entrometida!La conmoción en los ojos de Juan fue palpable.Su madre continuó:—¿Acaso has olvidado quién es realmente Alicia? ¿Cuánto tiempo más seguirás cegado p
Entre lágrimas, intenté recoger aquellos puñados de ceniza, pero se escurrían entre mis dedos como fina arena.Eran los únicos restos que me quedaban de mi bebé. Los había pedido con mi último aliento antes de perder el conocimiento, cuando los médicos ya no pudieron salvarlo. Lo había llevado cerca de mi corazón durante todos estos días. ¡Pero ahora habían sido destruidos por su padre!—¿Qué... qué es esto? —preguntó Juan, su voz repentinamente frágil.Alcé la vista para clavarle una mirada cargada de todo mi dolor:—¿No me creías? Ahora has esparcido sus cenizas. ¿Sigues pensando que miento?Juan retrocedió como si le hubieran golpeado el pecho.Pero casi de inmediato, se recompuso. Enderezó la espalda con arrogancia:—¿Y qué si perdiste al bebé? ¡Es el karma por tus maldades! —escupió—. Tú, que lideraste el acoso contra Ana, arruinaste su oportunidad de lograr la beca, y casi destruyes sus manos... ¡Mereces todo este sufrimiento!Una risa amarga brotó de mis labios. A mi alrededor
Los invitados no podían disimular su desprecio. ¿Qué clase de hombre festeja con su amante mientras su esposa acaba de salir de las garras de la muerte, perdiendo en proceso a su hijo?La madre de Juan, muy enfadada, le abofeteó con toda su fuerza:—¡Desgraciado! ¿Así tratas a la mujer que casi muere? ¿La que perdió un bebé tuyo? ¡Eres la vergüenza de los Castro!Al instante se le hinchó la cara, pero una sonrisa cínica apareció en sus labios. Al verme en la silla, me lanzó un fajo de papeles:—Ana tiene contactos en el hospital de Mérida. Revisaron tus registros médicos, ¡nunca tuviste fracturas ni el aborto! Solo rasguños. —¿Hasta dónde llega tu sed de atención? ¡Arrastraste a mis padres y hasta a Manuel a tu patético teatro!—Por culpa de tu mentira, Ana casi pierde el uso de las manos. ¡Eres una maldita repugnante, Alicia!Todos conocían mi calvario y nadie se lo creía.Sus padres intentaron arrastrarlo lejos del escándalo. Pero él sacudió sus manos con violencia, un asco grabado
Al abrir los ojos, lo primero que vi fue el techo blanco del hospital.Yacía en la cama, conectada a un respirador, incapaz de moverme. El suave pitido de los monitores era el único sonido perceptible en la habitación.Pronto llegaron médicos y enfermeras, sus rostros iluminados de alivio al verme consciente:—¡Logró sobrevivir a pesar de todo! —exclamó uno de los médicos—. Más de una docena de huesos fracturados, órganos comprometidos, un aborto espontáneo con hemorragia severa... ¡Es un milagro que esté aquí con nosotros!Me declararon fuera de peligro y me trasladaron de la UCI. Los médicos intentaron contactar a mi familia, pero Juan nunca respondió sus llamadas.Ni siquiera apareció el día que me dieron de alta.Sus padres sí vinieron al hospital. Cuando llamaron a Juan en mi presencia, su respuesta fue cortante:—¿Ahora ustedes también se ponen del lado de esa mentirosa? —gritó al celular—. ¡Estaba en la zona de supervivencia, es imposible que sus heridas sean tan graves!—Alic
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