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Capítulo 4

Author: Ana S. Flores
—Mira qué suerte la tuya, Clara —chascó la lengua—. Sin panza que cargar, puedes dormir donde sea. Yo, en cambio, solo soporto el terciopelo de alta gama.

—Lárgate —espeté, helada.

Ella acarició con ternura su vientre.

—¿Sabes por qué jamás pudiste quedar embarazada? No fue tu cuerpo…

El estómago se me encogió.

—¿Qué insinúas?

—Diego llevaba meses metiendo anticonceptivos en tu comida. Dosis suficientes para dejarte estéril de por vida. —Se inclinó hacia mí, susurrando—. Cuando te inutilizó, ya tenía el camino libre para botarte y casarse conmigo.

La rabia me estalló como un volcán. Me incorporé de golpe y le solté una bofetada brutal.

—¡Pareja de miserables!

Isabella trastabilló, pero de pronto sonrió de forma extraña. Dio un par de pasos atrás y se dejó caer pesadamente, soltando un chillido desgarrador.

—¡Aaah! ¿Qué haces, Clara?

La puerta se abrió de una patada. Diego entró con dos guaruras.

—¡Isabella! —La levantó y, al ver la hinchazón en su mejilla, estalló—. ¡Clara Montoya, ¿qué le hiciste?!

Isabella se arrojó a sus brazos, llorando como Magdalena.

—Diego, quería… ¡quiso matar a nuestro bebé!

—¡Mentira! —repliqué—. Se tiró al piso sola.

Diego ni me escuchó; sus ojos se volvieron fríos.

—Átenla.

Los guardias me inmovilizaron contra la pared y me amarraron las manos.

—¡Malnacido! —grité—. ¡Me dejaste estéril a punta de pastillas, ¿cierto?!

Su rostro se tensó, pero pronto recuperó su dureza.

—¿Y qué? Una mujer como tú no merece un hijo mío.

Descolgó un látigo de cuero.

—Te atreviste a lastimar a Isabella; pagarás el precio.

Levantó el brazo y el primer latigazo me rasgó la espalda.

—¡Aah! —chillé.

—Por Isabella —dijo, y el segundo golpe cayó—. Por nuestro hijo.

El látigo cayó una y otra vez. Perdí la cuenta; perdí la conciencia. Me despertaron con un cubetazo de agua helada, solo para que continuara el suplicio hasta completar noventa y nueve azotes. Cuando terminó, me dejó hecha un guiñapo sangrante en el suelo.

Arrojó el látigo empapado.

—Llévenla al tribunal. Hoy mismo firmará su culpa.

Me arrastraron fuera, me aventaron dentro de la camioneta. Cada bache quemaba. Llegamos al juzgado con el alba.

Gracias al “poder del billete” de Diego, la audiencia se adelantó. Apenas pusieron un pie en la sala, su abogado se plantó ante el juez:

—Su Señoría, mi clienta se declara culpable. Solicitamos sentencia inmediata.

El martillo estaba a punto de caer cuando las puertas se abrieron de par en par. Santiago López entró con su equipo legal y un grupo de paramédicos. Traje impecable, expresión de acero; pero sus ojos se deshicieron al verme.

—Como parte acusadora retiro la demanda —anunció con voz firme—. ¡Y solicito asistencia médica urgente para mi prometida, la señorita Clara Montoya!
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