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Capítulo 2

Penulis: Andrea León
Mi hijo frunció el ceño, lleno de rabia.

—¡Mamá no hizo nada malo! ¡Yo vi cuando tú la empujaste por las escaleras!

Angie lo miró con total indiferencia y alzó la mano para que sus hombres se lo llevaran.

—¿No lo vas a hacer? Entonces quédate a ver cómo tu mamita se muere.

Mi hijo empezó a temblar. Sus ojitos se pusieron rojos y las lágrimas le caían sin parar.

—¡Ya me arrodillo! ¡Ya me arrodillo! ¡Por favor!

Vi cómo se arrodillaba despacio, y sentí que el corazón se me hacía pedazos. Lo único que quería era correr a levantarlo y abrazarlo.

¡Él es el único hijo de Marc, el heredero de Inversiones C&O! ¡Y lo están tratando como si fuera un perro, como si no valiera nada!

¡Todo esto es culpa mía, por ser una madre tan inútil...!

Angie se cubrió la boca para esconder su sonrisa.

—No olvides agachar la cabeza hasta el suelo.

Mi hijo se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, se inclinó hacia adelante y bajó la mirada.

—Angie… si te vas a enojar, enójate conmigo. No con mamá.

La habitación estaba tan caliente que costaba respirar. Angie, vestida con un simple vestido blanco, parecía disfrutar del clima. Sin embargo, mi hijo sudaba tanto que su carita estaba empapada.

A ella no le importaba nada, por lo que solo hizo una seña con los ojos.

—¿Eso es todo lo que puedes hacer? ¿Solo eres un niño consentido? ¿Acaso no has comido?

Los hombres se le acercaron, lo agarraron del cuello de la camisa, y, en un segundo, lo tiraron al suelo con fuerza.

Mi hijo gritó del dolor, cuando su frente se estrelló contra el piso. Con solo un par de golpes, se le formó un gran hematoma que se tornó morado de inmediato.

El sudor y la sangre se le pegaron al cabello, dejándolo hecho un desastre.

Corrí hacia ellos, desesperada, tratando de apartarlos de mi niño, gritando que lo dejaran en paz.

Pero mis brazos los atravesaban.

No podía tocarlos. No podía salvarlo, y mis gritos… nadie los escuchaba.

Angie levantó la mano para que se detuvieran.

—Paren. No lo maten tan rápido.

Ryan, mi hijo, con los ojos cerrados y apenas respirando, metió las manos en el bolsillo de su abrigo con dificultad y, con mucho esfuerzo, sacó un juguete. Un colgante dorado con forma de cerdito, lleno de diminutos diamantes, que cayó al piso.

—Tía… ya me arrodillé... ¿puedes... por favor, ayudar a mamá? El carrito que me dio papá… y el cerdito que me regaló el abuelo… te los doy. No me gusta, pero mi mamá… Solo quiero que la ayudes…

Me arrodillé junto a mi hijo y lo abracé con todas mis fuerzas, llorando sin parar.

Antes… Marc y yo éramos la pareja perfecta. Todos nos admiraban.

—Ana, nuestro hijo se llamará Ryan Hesselink —sentenció Marc en ese tiempo.

Yo lo abrazaba cuando era chiquito, y le contaba cuentos en inglés para dormir. También le enseñé a nadar y a esquiar. Marc nunca le compraba juguetes, decía que lo distraían.

—El heredero de C&O tiene que ser el mejor en todo.

Pero ese carrito… había sido un premio que Marc había ganado para él en un juego en Universal Studios, en Tokio, el año anterior. Por eso Ryan lo cuidaba tanto, incluso lo ponía junto a su almohada para dormir.

Y cuanto el cerdito dorado… tampoco era cualquier cosa. Su abuelo había mandado a hacer uno especial, con 99 diamantes, para que fuera su amuleto de la buena suerte.

Sin embargo, toda esa felicidad se vino abajo cuando Angie volvió al país. Poco a poco, las trampas y las mentiras, fueron haciendo que Marc dejara de confiar en mí.

Ryan me defendía, pero ella fingía llorar y lo acusaba de estar manipulado y malcriado por mí.

Pensando en eso, Angie se levantó de la cama, se puso unos tacones y se acercó para pisar el carrito con fuerza hasta hacerlo trizas.

—¿Esto es lo que querías? ¿Presumir que la familia Hesselink te quiere tanto?

Tras decir esto, les ordenó a los hombres que le quitaran el abrigo y lo inmovilizaran. Y, acto seguido, clavó sus largas uñas en su cuerpo.

Con solo unos rasguños, le dejó el pecho y el abdomen lleno de moretones y heridas sangrantes.

—¿Qué cerdito dorado ni que porquería? ¡Es un puerco, como tú!

Angie se rio, con ese aire de villana y los ojos llenos de malicia.

—Tu mamá, esa mujer del montón, ¿quieres saber cómo murió? Fui yo. Le pagué a los médicos para que la mataran. Y seguro no viste a tu hermana, esa niña que apenas alcanzó a nacer. Tan chiquita… Ni siquiera lloró. Los doctores la asfixiaron apenas la tuvieron en sus manos. Qué tragedia, ¿no?

Al oír eso, me llené de un odio terrible.

¡Quisiera convertirme en el mismísimo diablo y llevarme a esa maldita perra al infierno conmigo!

—¿Quién hizo que tu mamá fuera tan inútil? ¡Y tú, con ella, te atreviste a quitarme a Marc mientras yo no estaba!

Fue ahí cuando mi hijo lo entendió todo.

Con esfuerzo, abrió los ojos hinchados y, lleno de rabia, le mordió la mano con fuerza.

Angie gritó de dolor.

—¡Asquerosa! ¡Bruja! ¡Devuélveme a mi hermanita! ¡Le voy a contar todo a mi papá! ¡Y a la policía también!

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