The Omega For Sale

—Sr. Rafael, estoy seguro de que alguien tan magnánimo como usted nos permitirá a Lorena y a mí amar en paz.

El mensaje en mi celular provenía de Felipe Contreras, el asistente de Lorena.

Además de esa frase, el resto eran videos y fotos.

Un abrazo apasionado bajo la Torre Eiffel.

Miradas llenas de ternura frente a los murales del Louvre.

Y hasta imágenes desnudos en las playas de Maldivas.

Incluyendo fotos de su coito frente al ventanal.

Fue en ese momento cuando finalmente entendí.

La Lorena de ahora ya no era la mujer de la que me había enamorado.

Nos conocimos cuando no teníamos nada.

Para apoyar su carrera actoral, trabajaba muy duro, invirtiendo cada centavo en sus audiciones y escenas.

Durante siete años, llegué a quedarme dormido en el metro de vuelta a casa, incluso sufrí una hemorragia estomacal por tantas reuniones de trabajo.

Poco a poco, logré fundar mi propia empresa.

Mientras tanto, Lorena finalmente alcanzó la fama, convirtiéndose en una estrella adorada por todos.

Todas esas cosas que alguna vez soñamos hacer juntos al final eligió vivirlas con su asistente.

No lo dudé más y redacté los papeles del divorcio.

Justo cuando estaba a punto de firmar, una voz repentina resonó:

—Rafael, no, por favor, me prometiste que me darías tres oportunidades, ¿verdad?

Al escuchar esa voz tan familiar, me quedé paralizado y todo mi cuerpo temblaba.

Al girar la cabeza, allí estaba la Lorena de diecinueve años, de pie frente a mí.

Era como una alma y llevaba puesto el vestido de 30 dólares que compré haciendo horas extra en un trabajo de medio tiempo.

Con ese vestido puesto, era la imagen más hermosa que guardaba en mi memoria.

La miré, y de pronto, esbozé una sonrisa.

—De acuerdo, tres oportunidades.

En ese momento, mi celular volvió a sonar.

—¡Rafael! ¡Te lo he dicho mil veces! ¡Deja de meterte con Felipe!

—¡Es solo mi asistente! ¡Ya está agotado de acompañarme a todas partes!

—¡Si sigues con esto, olvídate de que te acompañe a la playa!

Activé el altavoz.

La voz furiosa de Lorena llenó la habitación.

Miré a la Lorena de diecinueve años con una sonrisa tranquila.

En su rostro se dibujó una expresión de indignación.

—¿Cómo se atreve a hablarte así? ¡¿Cómo es posible?!

La joven Lorena temblaba de rabia, mientras que la de veintisiete años sonaba fría y cruel.

—Rafael, ¿te atreves a tener amantes?

—Tienes media hora para presentarte en Grupo Fyn, si no…

La joven Lorena colgó el celular.

Solo musité en voz baja:

—Primera oportunidad, Lorena.

Ya no sabía si se lo decía a la joven Lorena, o a mí mismo.

Cuando llegué al Grupo Fyn, ya habían pasado cuarenta minutos.