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Capítulo 3

Author: Dulcecita
Lo primero que vio fue la fotografía en una credencial: una cara excepcionalmente atractiva.

Se le hizo un poco conocido. Resultó que David Salazar era un buen amigo de su hermano; Clarissa se lo había encontrado varias veces de camino a la preparatoria.

El despacho lo había fundado su hermano en sociedad con David, aunque este último acababa de regresar al país.

Su currículum era impresionante. Doctorado por Harvard, una trayectoria impecable en casos de alto perfil en el extranjero y una especialización en litigios financieros internacionales, división de bienes en divorcios y disputas de herencias y acciones.

En ese momento, su cuñada Daniela la vio.

—¿Qué haces aquí? Pasa, pasa.

Daniela la guio a través del despacho hasta la oficina principal, donde estaba Marcos. Una vez ahí, Clarissa fue al grano. Había ido a buscar a su hermano para que la ayudara a divorciarse.

—¡¿Qué?! ¿Cómo que divorciarte, así de la nada? —Daniela no lo podía creer—. Si tú querías muchísimo a Adrián. Me acuerdo que en la boda me dijiste que eras la mujer más feliz del mundo.

Daniela la abrazó por los hombros, con la preocupación dibujada en su gesto. Clarissa desvió la mirada, apretando los labios en una sonrisa falsa para contenerse. Claro que quería a Adrián.

Todo el mundo sabía que lo amaba; el único que insistía en verlo como un acuerdo de negocios era él.

Respiró hondo y le contó a Daniela todo lo que había sufrido en los últimos días.

—¿Qué le pasa? ¿Está idiota o qué? —estalló Daniela—. ¡Llevan apenas tres años de casados! ¿Cómo se le ocurre dejar a una mujer hermosa como tú en casa para irse a buscar a otra por ahí...? ¡Es un maldito!

Se giró hacia Marcos.

—¿Ya escuchaste la clase de tipo con la que se casó Clari? ¡Vamos a destrozarle la oficina!

Marcos miró a Daniela. “Las hormonas del embarazo la tienen loca”, pensó.

Estaba por tomar las riendas del Grupo Orión, y Adrián, con el diez por ciento de las acciones del grupo, tenía un peso considerable en el consejo directivo. Necesitaba su apoyo para estabilizar la transición.

—¿Estás segura? Un divorcio no es cualquier cosa. ¿Sabes bien las consecuencias que podría tener?

La miró con una actitud indescifrable.

—Ya no puedo ceder. ¡Tienen un hijo!

—Si Adrián en serio hizo algo así, claro que te voy a apoyar. Primero tienes que calmarte. Hay que juntar pruebas y ver bien el tema del dinero. Grupo Atlas se ha expandido fuera del país, y es muy probable que sus bienes también. Dividir todo eso no va a ser nada fácil...

—¿Y si el licenciado Salazar lleva mi caso? ¿Tampoco sería fácil?

La intención de Marcos era que ella pospusiera el divorcio uno o dos años, hasta que él tuviera el control total del Grupo Orión. No contaba con que Clarissa se fijara en David Salazar.

—¡Exacto! —exclamó Daniela—. Para un caso así, necesitas a David. Él odia a los infieles. Los millonarios infieles en Valmeria lo llaman "el vengador". Se especializa en dejarlos sin un centavo. Voy a ver si tiene tiempo.

Unos minutos después, Daniela regresó con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Ven! El licenciado Salazar dice que puede hacer un espacio para atender tu caso.

Clarissa la siguió hasta otra oficina.

Dentro de un amplio despacho, una figura alta y esbelta estaba sentada. Vestía un traje con chaleco negro y una corbata azul oscuro. Su cuerpo era bien proporcionado, de hombros anchos y cintura estrecha.

Llevaba unas gafas sin montura que acentuaban el puente de su nariz recta y sus facciones bien definidas. A pesar de la profundidad de su mirada, transmitía una calma amable, casi académica, mientras sostenía una pluma.

El hombre levantó la mirada hacia ella, y su mirada se agudizó por un instante.

—Por favor, siéntate.

Su voz era magnética, con un matiz de madurez. Clarissa tomó asiento. Daniela salió discretamente y cerró la puerta.

Clarissa dijo:

—Soy la hermana de Marcos. Vengo por un caso de divorcio, y me gustaría que usted me representara.

David la observó por un momento, deteniéndose en su cara, tan llamativa y memorable. Igual que en su adolescencia, no mostraba ninguna emoción, como si existiera una barrera invisible entre ella y el resto del mundo.

Esa misma indiferencia era la que solía despertar un sentimiento de inferioridad en los pretendientes que rechazaba.

En la preparatoria, cuando algunos intentaron acosarla, Marcos le había pedido a él que la protegiera de camino a casa, aprovechando que ya tenía asegurado su ingreso a la universidad, y no perdería nada si se metiera en problemas.

Clarissa nunca se enteró de aquello. Dejó la pluma sobre el escritorio.

—¿Cuál es el motivo del divorcio?

—Una infidelidad.

David guardó el documento que acababa de firmar en un cajón y cambió de postura. Su actitud, antes incisiva, se relajó. Se recargó en el respaldo de la silla y cruzó las piernas.

—Estuve en tu boda. Quizá no lo sepas, soy familiar de parte de Adrián.

Clarissa se quedó perpleja. El mundo era tan pequeño. Sabía que David era amigo de su hermano, pero nunca imaginó que también fuera pariente de Adrián.

Al ver su sorpresa, David supo que ella, radiante en el altar rodeada de flores, ni siquiera había reparado en su presencia. Después de esa boda, se había ido a Valmeria y no había vuelto a saber nada de ella en todos esos años.

—¿Tienen hijos?

—No.

—¿En tres años no tuvieron hijos?

—No.

Clarissa recordó las indirectas de su familia para que ella y Adrián tuvieran un hijo, sobre todo desde que su hermano había sido padre. Siempre pensó que era por el trabajo, que no tenían tiempo. Ahora se daba cuenta de que, seguramente, era Adrián quien no quería tener un hijo con ella.

—¿Y su relación en general cómo era? ¿Tenían intimidad?

Le dio vergüenza a Clarissa.

—¿Eso es relevante para la demanda?

—Sí. La falta de intimidad es una prueba contundente de que el vínculo matrimonial está roto.

Clarissa no se consideraba puritana, pero hablar de un tema tan privado con un hombre casi desconocido la incomodaba. Apretó los dedos con fuerza, sintiendo cómo se le enrojecían las comisuras de los ojos por la humillación.

—Dos veces.

—¿Dos veces por semana?

—No. Dos veces... en tres años.

Sintió que las uñas se le clavaban en la piel.

La mirada indiferente de David flaqueó por primera vez. Dos veces en tres años. El promedio no llegaba ni a una vez por año. ¿A eso se le podía llamar matrimonio?

—Es muy poco... ¿La intimidad no era... buena?
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