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Capítulo 2

Author: Victoria Lázaro
Dentro de la habitación, Serafina entrecerró los ojos hermosos.

Hoy, no importaba cómo saliera esa revisión, el resultado no traería nada bueno para los Ruiz.

Amparo estaba convencida de que la hija de los Ruiz ya no era pura, y quería usar eso como excusa para causar problemas.

Si ella, tomando el lugar de su hermana, pasaba la prueba, podía arruinar los planes de Amparo, pero también levantaría sospechas.

Y si se descubrían razones del cambio de novia, bastaría con una acusación de haber engañado al rey para que ejecutaran a toda su familia.

Serafina miró al frente y, con la misma mano con la que empuñaba espadas, se aplicó con calma un poco color en los labios.

Su maestro le había enseñado estrategia y política.

Su maestra, le enseñó cómo manejar un hogar, incluyendo incluso aquellas habilidades íntimas en la cama. aunque creyó que eso nunca le serviría.

Ella soñaba con recorrer el mundo, no con quedar encerrada cumpliéndole a su esposo.

Pero el destino había decidido otra cosa.

Afuera.

El emisario avanzaba con los oficiales del palacio, pisando fuerte.

—Señora, esto viene directo de Amparo, ¿se va a poner a negar?

Eulalia se paró firme frente a la puerta, sin ceder ni un centímetro.

—Aunque lo mande ella, ¡no pueden ser tan groseros! ¡¿Qué creen que es mi hija?!

El emisario alzó una ceja, con los ojos llenos de burla.

¿Esta familia de bobos creía que valían tanto?

Qué ridículos.

—Señora Ruiz, si no obedece, nos veremos obligados a usar la fuerza. ¡Con su permiso!

El tono le cambió, y su cara se puso amenazante.

Enseguida dio la orden a los guardias.

Eulalia se quedó tiesa.

¡Esta era su casa, su hogar!

¡Y estaban actuando como si no existiera la ley!

Justo cuando los guardias iban a sujetarla, una voz tranquila pero firme se escuchó desde dentro:

—Nuestra familia ha dado trece reinas a lo largo de la historia, todas con buena reputación.

—Hoy se pone en duda mi nombre, lo que deja ver que hay algo más detrás de todas estas acusaciones.

—Si yo cometí el pecado, no quiero arrastrar a los demás conmigo.

—Por eso, la única manera de probar mi inocencia sería muriendo.

—Madre, por favor, prepárame una cuerda. Cuando esté muerta, pueden revisar mi cuerpo y ver si es cierto que no soy virgen.

—Así, al menos, no mancharé el nombre de los Ruiz.

Eulalia se puso blanca de los nervios.

—¡Ni se te ocurra!

El emisario también se detuvo, confundido, y alzó la mano para frenar a los guardias.

Se acercó, fingiendo respeto.

—Señora, no hace falta llegar a tanto.

—Si en serio no tiene nada que ocultar, ¿por qué le da miedo una simple revisión?

—Estas oficiales tienen experiencia y serán muy cuidadosas.

Lo que estaba insinuando era que, si Serafina se negaba, era porque algo escondía.

Cuando pensaba que tenía el control, se escuchó otra voz desde adentro:

—¿Esto viene de Amparo, o del propio rey?

El emisario hizo una mueca.

Antes de que respondiera, Serafina siguió:

—No creo que sea ella.

—Una simple concubina no tendría el valor de poner en duda la pureza de la futura reina, que además fue elegida por el mismísimo emperador.

—Esta idiotez debe venir de la reina madre, escudándose en el nombre de Amparo.

Al oír eso, el emisario comenzó a sudar.

—¡Señorita Ruiz, cómo se le ocurre...!

Serafina seguía igual de calmada, sin inmutarse.

—Si la familia real duda de mí, no permitiré que se me manchen con mentiras.

—Si no me puedo casar hoy, me presentaré en el cementerio del Monte del Altar de Nubes y le diré a todo el mundo cómo me calumniaron.

El emisario sintió un nudo en el estómago.

Esto se le estaba yendo de las manos.

¡¿Desde cuándo Beatriz era tan simpática?!

Dentro del castillo.

Palacio de las Nubes.

Amparo descansaba en un diván, rodeada de asistentes que la masajeaban.

Cuando escuchó el informe del emisario, sus ojos se pusieron pesados.

—¿Esa maldita de Beatriz se atrevió a decir eso?

El eunuco asintió, nervioso.

Los ojos de Amparo brillaron con rabia.

De una patada, empujó a la mujer que le masajeaba las piernas y se incorporó.

—¿Y aún así tiene el descaro de casarse? ¿No le da miedo que la descubran en la noche de bodas? ¿Será que la información estaba mal y no le hicieron nada?

El emisario se tiró al suelo.

—¡Señora Amparo, de veras no lo sé!

Serafina llegó al castillo en carruaje.

Por protocolo, la llevaron a una habitación sencilla, donde debía esperar la hora señalada para saludar al rey.

Su asistente personal, Valeria, estaba más tensa que ella, inmóvil a su lado.

—Señorita, dicen que el rey es complicado. Que en un solo día mandó matar a decenas de ministros, y que varias mujeres que lo molestaron fueron decapitadas.

Eso ya lo había escuchado Serafina en la frontera.

Claudio Aurelio era conocido por su crueldad.

Valeria seguía hablando bajito:

—Pero no siempre fue así. Dicen que después de que murió su favorita, Livia Fabio, el rey cambió por completo.

—Señorita, sabía usted que la Su Majestad favorece tanto a la Concubina Mayor porque se parece muchísimo a Livia? Las demás concubinas del harem también tienen, en mayor o menor medida, algún parecido con ella..

—Pero si una no le gusta…

Valeria la miró con preocupación.

Su señorita no se parecía en nada a Livia.

No le iba a agradar al rey, y peor, se podría ganar la rabia del mismísimo rey.

La noche de bodas no prometía ser nada tranquila.

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