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Ya no necesité tu boda
Ya no necesité tu boda
Author: Pez

Capítulo 1

Author: Pez
Mientras yo, sola, preparaba la boda hasta el punto de enfermar del estómago, Luis Fernando celebraba su despedida de soltero con su primer amor.

Me encogí en el suelo, incapaz de moverme. Pero incluso antes de desmayarme, no logré contactar a Luis por celular.

Al despertar en el hospital, descubrí sus actividades a través de redes sociales.

Luis había convertido su despedida de soltero en una noche de boda exclusiva con su primer amor.

En el video, Luis, quien pronto sería mi esposo, le hacía una promesa apasionada a su primer amor:

—Te guardaré todo lo mejor. Ella solo será mi esposa de nombre.

En un yate de lujo, se besaron apasionadamente.

Mientras que, en 48 horas, yo me casaría con este hombre en un puestito callejero.

Apagué mi celular con calma.

Quizás, simplemente no había necesidad de celebrar una boda.

***

36 horas antes de la boda.

Al regresar a casa y abrir la puerta, descubrí que Luis ya había llegado antes que yo.

Sentado en el sofá, al escucharme, corrió para encerrarme fuera de la puerta.

—¿No tienes vergüenza? A punto de casarnos y todavía no vuelves a casa en plena noche— me reprochó.

Pero en el momento en que la puerta se cerró, vi cómo la puerta del dormitorio se abría.

Sofía, con el cabello húmedo y vistiendo solo una camisa holgada de hombre, salió de allí.

Me quedé frente a la puerta, sorprendentemente tranquila.

Si hasta la boda le había regalado, ¿cómo no le daría también una noche de bodas?

En esa larga noche, probablemente ni recordaría que tenía una prometida enferma en el hospital.

Cuando me di la vuelta para irme, la puerta se abrió de nuevo.

Luis hizo un gesto con el dedo:

—Entra. Tengo hambre, prepárame algo.

No había comido nada aún, pero decidí no castigar más mi estómago y entré en silencio a la cocina.

Sofía ya se había cambiado a su vestido, aunque la tela era más escasa que la camisa.

Abrazando el brazo de Luis, me lanzó una sonrisa pícara:

—Martina, anoche me divertí tanto que Luis no quiso que volviera sola. ¿No te molesta, verdad? Es que él siempre se preocupa tanto por mí.

Respondí con indiferencia:

—No importa.

Me dirigí a la cocina.

Al ver mi reacción, Luis finalmente relajó su mirada vigilante:

—Claro que no le molesta. Después de todo, acepté casarme con ella. En el futuro, deberá ocuparse de quienes yo cuide. Sofía, pídele lo que necesites.

Me quedé quieta con el cuchillo en la mano, a medio cortar las verduras.

Su tono hablaba de mí como si fuera una sirvienta.

Hasta el agua hirviendo parecía exigir que me apurara.

Al sazonar, Sofía exclamó:

—¡Oh, no uses esa salsa! Tiene mucha sal, es mala para la salud. Yo no la como.

Pero ya la había añadido.

Con un gesto infantil, tiró de la camisa de Luis:

—Mira lo que hizo Martina.

Luis se acercó de inmediato:

—Martina, ¿lo hiciste a propósito? Hazlo de nuevo como Sofía quiere.

Y levantó la olla de fideos para tirarla a la basura.

Quedé paralizada. Él tropezó, y agua hirviendo cayó sobre mi brazo.

Luis entró en pánico; con desesperación me sujetó el brazo y lo puso bajo el chorro del grifo.

—¡Mira lo que pasó! ¿Cómo pudiste distraerte así? —dijo con la voz agitada— ¿Tienes pomada en casa? Yo la busco, tú sigue enjuagando y enfirando.

Cuando fue a buscarla, Sofía lo llamó desde la sala:

—Luis, me duele el estómago de tanto hambre. Vamos a comer entonces.

Respondió sin dudar, lanzándome la pomada.

En la puerta, Sofía murmuró:

—¿No es raro no invitar a Martina?

Él se encogió de hombros:

—¡A ver! ¿Quién le manda quedarse ahí plantada como un poste? Por eso se quemó, que es una inútil total y ni siquiera sabe preparar unos malditos fideos. Ya déjala, que se las arregle sola. Vámonos, ¡que se muera de hambre!

La puerta se cerró.

Mi estómago, recién recuperado, volvió a doler.

El agua aliviaba la quemadura.

El silencio solo se rompía por el grifo.

Entonces lo recordé: aún no había cancelado la boda.
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