Después de que se fue, Ricardo no me envió ningún mensaje ni me llamó. A pesar de lo débil que me sentía, lo esperé sola en casa hasta la puesta de sol. Tenía tanta hambre que, aunque el mareo me hacía tambalearme, me vi obligada a levantarme.Bajé las escaleras y vi lo que Ricardo había cocinado, pero en la olla solo quedaba el caldo. Se había llevado toda la carne sin ni un trozo …Al principio me sorprendí, pero luego me reí impotente. ¿Por qué seguía esperando algo de él?Resignada, me preparé un poco de pasta, y, cuando salí tambaleándome de la cocina con el plato en las manos, Ricardo llegó a casa. Al ver lo que iba a comer, me miró, furioso, y me reprendió:—¡Estás embarazada! ¿Y vas a comer la pasta sola, sin carne ni verduras ni nada? ¡Necesitas nutrientes!Se acercó y, para mi sorpresa, me ayudó a sentarme con delicadeza, como si fuera todo un caballero. No me resistí. Me senté y empecé a comer la pasta. Pero, después de varios bocados, la dejé a un lado.—No tengo la s
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