Desde que Amparo desapareció, Arturo la había salido a buscar, pero nunca encontró una pista.Lo que no imaginó fue que ella estuvo todo el tiempo en la ciudad imperial, encerrada en una habitación secreta sin luz.La concubina imperial, antes deslumbrante y apreciada, ahora estaba tan flaca que parecía una sombra; traía el cabello hecho un desastre, casi como una pordiosera.—Arturo... ¿fue el emperador quien te envió a buscarme? ¡Él no me ha olvidado, ¿verdad?! ¡Rápido, suéltame…!Amparo lo miró, con los ojos llenos de esperanza.¡Por fin llegaba ese día!¡Por fin iba a escapar de ese lugar horrible!Arturo notó entonces que los pies de Amparo estaban atados con una cadena.La cadena estaba fija a la pared.La emperatriz sí que fue implacable.Amparo seguía con la esperanza prendida.—Ya no busco ser apreciada, solo quiero vivir, quedarme en el palacio, cerca del emperador, con eso me alcanza… ¡Arturo, ¿por qué estás parado ahí? ¡Rápido, ayúdame!Aun viéndola tan desesperada, Arturo
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