En lo alto del salón, el emperador estaba sentado con una actitud firme y majestuosa.Su mirada reflejaba la autoridad de quien todo lo controla, y con voz seria dijo:—La general Jimena, la primera mujer con ese rango, llevó al ejército a la victoria en trece batallas. Es una heroína de la patria. Por ello, le concedo una Medalla de Indulto como recompensa. Además, declaro mi voluntad: que todos los soldados de Nanquí, sin importar su origen, hombres o mujeres, tomen a Jimena como ejemplo y se esfuercen. Su posición dependerá de su propio mérito.Jimena, llena de alegría, agradeció de inmediato, por miedo a que el emperador se arrepintiera:—¡Gracias, majestad!Sabina también se levantó, satisfecha, y le sonrió a Claudio:—¡Majestad, qué sabio y justo! Con esto, los soldados se sentirán motivados y estarán dispuestos a dar la vida por usted y por Nanquí.Desde su asiento, Serafina observaba todo, sin sonreír en lo más mínimo.Sabina no dejó pasar esa actitud extraña:—Emperatriz, con
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