Inés, aunque se esforzaba por animar a su amiga herida, tampoco quería incomodar demasiado a Sebastián.Por eso, mientras Zoraida y Mateo seguían bromeando sin parar, ella desvió con cautela la mirada hacia el hombre erguido a su lado.No esperaba encontrarse de golpe con esos ojos negros y profundos, fijos en ella.Mientras todos reían con las ocurrencias de Mateo, Sebastián solo la miraba a ella, con un rostro perfecto y severo, y en sus pupilas oscuras se agitaba una marea contenida.El corazón de Inés dio un vuelco.Sin saber cómo, su vista se deslizó hasta los labios del hombre.A la luz del sol, eran de un rojo suave, apenas marcado; la línea de la boca recta, contenida, sin la curva natural de una sonrisa. Los bordes eran bien delineados, finos, fríos…Pero entonces, ¿por qué, cuando los había besado, habían resultado tan ardientes?El rubor le subió a las mejillas. El recuerdo de aquella noche —ese momento que había intentado enterrar— brotó de nuevo, haciéndole cosquillas en l
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