En todo ese tiempo, a una mujer criada entre algodones la habían encerrado a la fuerza en un lugar donde no había nada: ni comodidades ni atenciones. Y encima, con el cuerpo maltrecho. Por eso, el fuego en el pecho de Mariana no había dejado de arder.—En esas condiciones, Mariana se enteró de que la señora Altamirano, con la ayuda de usted, no solo vivía feliz, sino que su carrera estaba por despegar. Se descontroló, empezó a armar escándalo y exigió salir del centro de detención de inmediato. La que estaba con ella en la celda era una pandillera. Ya estaba harta del encierro, y Mariana no paraba de gritar, hasta que la provocó: “¡A ver, pégame, pégame si te atreves!” Pues la otra cumplió y la dejó como ella misma lo pidió. Cuando llegaron los custodios, Mariana estaba con la cara hecha trizas y había sangre por todos lados. El diagnóstico del hospital fue claro: el útero, que ya venía dañado, se reventó tras los golpes. Para frenar la hemorragia, tuvieron que hacerle una histerectomí
Leer más