En un instante, el aire se volvió denso y silencioso.La atmósfera de supuesta armonía familiar se congeló por completo con la entrada de Sebastián.Mariana, que hasta ese momento se recostaba dulcemente en el hombro de Emiliano, se enderezó de inmediato, con el rostro tenso.Sin embargo, Horacio, quien llevaba toda la noche sin alzar la vista desde su puesto en la cabecera, por fin levantó la cabeza para mirar a su primogénito.Estela, al verlo, apretó los dientes con fuerza.Pero acto seguido, forzó una sonrisa serena y se levantó apresurada para recibirlo:—Sebastián, qué sorpresa verte hoy en casa. ¿No decías que ya no querías volver?—Justo estamos cenando todos juntos, ven, acompáñanos.—Ah, y quédate a dormir esta noche. Eso sí, tu habitación la convertimos hace años en el vestidor de Mariana, pero ya le pedí a la señora que prepare la habitación de invitados.Su tono era entusiasta, llena de atenciones.Pero en el fondo, cada palabra delineaba un límite, como si Sebastián fuera
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