Mientras tanto, Mirna acompañaba a Estela con una sonrisa forzada, los labios rígidos por la incomodidad.Desde hacía años sabía que, por su origen humilde, damas de la alta sociedad como Estela la despreciaban abiertamente.Pero las familias Cornejo y Altamirano estaban a punto de unirse en matrimonio, y como esposa de Don Federico, Mirna seguía esforzándose en cumplir su rol social.—Señora Altamirano, ya que nos conocemos de tiempo, ¿puedo llamarte Estela? —intentó con una sonrisa amable—. Estás preciosa hoy. Hace poco nuestros hijos ya visitaron las casas de ambas familias. Creo que sería ideal que pronto nos sentemos todos a compartir una comida formal, ¿no crees?Estela la miró con una sonrisa ambigua, entre fría y burlona.—Señora Cornejo, no estoy acostumbrada a que extraños me llamen por mi nombre. Mejor llámame “señora Altamirano”, como corresponde.Luego, con un tono aún más mordaz, añadió:—Y sí, debemos cenar juntos, pero dejarás que yo elija el restaurante. Tengo el estóm
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