Al ver que terminó el espectáculo, los vecinos se dispersaron y el patio volvió a quedar en un silencio sepulcral. Celia se liberó del agarre de César y se dirigió hacia Rosa.—Ya se fueron todos. Basta con la actuación. Escucha muy bien, César Herrera, aquí no eres bienvenido —le dijo a César con frialdad.César bajó la mirada, sintiendo el calor residual que quedaba en dedos, pero su expresión se tornó sombría. Después de un buen rato de silencio, habló:—Puedo irme, pero él también debe hacer lo mismo.Alfredo sonrió, pero guardó silencio.—Alfredo es nuestro invitado. No tienes derecho a decidir nada —refutó Celia indiferente. César levantó la mirada, clavándola en Celia.—Celia —la llamó, con toque de advertencia, pero sin añadir nada más.—Señor Herrera, yo invité a Alfredo. —Rosa se interpuso frente a Celia, con su semblante sombrío, triste y lleno de resentimiento—. Fue Alfredo quien muy amable nos ayudó con todos los asuntos relacionados con el funeral de Fabio. Lo invité a c
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