Valeria le sonrió y recibió el regalo.—Qué considerada eres, niña.—Ábralo, abuelita —insistió Rocío con voz dulce.Valeria, sin querer desanimarla, abrió la caja que contenía una impecable estatua tallada de Jesús.Macarena, esposa de David, no perdió la oportunidad de adular.—Madre, Rocío sabe lo devota que es usted. Pasó todo el día escogiendo este regalo.Marta lanzó una mirada despectiva a su cuñada, a quien consideraba una hipócrita pese a su linaje intelectual. Solo Macarena era capaz de semejante descaro, pensó. Celia permaneció en silencio, observando la escena.Conocía bien la familia: Valeria tenía dos hijos. Víctor Herrera, su hijo mayor, era diplomático y su hijo favorito y, además, padre de César; David Herrera, su segundo hijo, era menos talentoso que Víctor. Ahora ocupaba un puesto secundario en El Valle Dispositivos Médicos, empresa fundada por Valeria. Rocío era su única hija con Macarena.Valeria guardó la estatua a la caja con cuidado, sonriendo.—Por eso digo que
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