—¿Y ahora qué? Ya nos divorciamos, ¿de qué fingís? —Hugo bajó la mirada, observando la blanca mano que, en ese instante, parecía contener una fuerza sorprendente.Con tono incrédulo, preguntó.— No me digas… ¿Te enamoraste de mí?—Yo...—Eva, eso es ridículo.Cinco años sin amor, y ahora, después del divorcio, ¿y le dice que ama? Y lo peor es que su amor de toda la vida sigue viviendo en su casa.¿Eso se llama amar?Entonces esa palabra está demasiado devaluada.Eva recibió el sarcasmo en silencio, ladeando la cabeza mientras lo observaba por un buen rato, como si lo conociera por primera vez. A este Hugo agudo, con palabras afiladas, no lo reconocía.Durante cinco años, se había acostumbrado a su sumisión, a su obediencia casi débil, a ese hombre que se dejaba manejar a su antojo. Pero ahora, había cambiado.La aparición de Jesús lo había transformado en alguien lleno de espinas, incapaz de ceder.—¿Estás celoso? —Eva parecía haber descubierto una verdad que la divertía, soltó su rop
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