Cuando me di cuenta, Julio ya me había apartado y le había dado mi lugar a Yulia.Hace un momento me había hecho sentar ahí a la fuerza, y ahora, para que Yulia no se hiciera ideas, se le volteó la cara de un instante a otro.Con tono altanero, me soltó:—¿Y tú qué haces aquí sentada? Al lado del señor Cruz solo puede sentarse su novia.Hasta pasó un trapo por la silla y, con una sonrisa zalamera, agregó:—Por favor, señorita Santos.Aunque me daban náusea hombres como Julio, alejarme de Benito me caía de perlas.Pero en la mesa todavía estaba esa copa enorme que Julio me había puesto enfrente, llena hasta el tope, justo en el lugar de Yulia.Ella, con una sonrisa ladeada, miró a Benito y le soltó en tono juguetón:—Benito, ¿esta copa es tuya? ¿Por qué tan llena?Lo dijo con cariño, sí, pero la punzada de reproche se le escapaba en la voz.Julio se apresuró a explicar:—No, señorita Santos, no es del señor Cruz. Esa copa era de Valeria. Como se pasó de lista con él, la pusimos a brinda
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