—Solo te advierto algo —le solté en seco—. Yulia es la amante de mi esposo. De ahora en adelante, cualquier cosa relacionada con ella, no me busques.Sin esperar su reacción, ignoré la cara de sorpresa de Mónica y salí de su oficina.Mi carta de renuncia no fue aceptada. Me recordó que, si me iba por mi cuenta, la empresa podía quedarse con todos mis documentos.Así que, al final, no pude irme.Y no solo eso: como en la mañana no me había presentado, el trabajo se acumuló y tuve que quedarme hasta tarde, otra vez haciendo horas extra.En la oficina de dirección todavía había luz.Eran las nueve de la noche, ya casi terminaba, cuando Mónica apareció en mi escritorio. Con cautela, preguntó:—Lo que dijiste esta tarde... ¿es verdad? ¿Yulia anda con un hombre casado?La miré con calma.—Veo que tu relación con ella no es tan buena. Ni siquiera sabes con quién anda ahora.Mónica bufó, se cruzó de brazos y, en voz baja, con veneno en cada palabra, soltó:—Si no fuera por ella, yo ya estaría
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