Álvaro no se atrevió a negarme la entrevista. Con toda esa prensa afuera, si yo revelaba mi relación con Benito y, de paso, la de Yulia con él, el Grupo Cruz quedaba en el ojo del huracán.Al final cedió, balbuceando nervioso:—Está bien, sígame, por favor.Me llevó hasta la oficina presidencial, en el último piso. Antes de abrir la puerta, murmuró con cautela:—Señora, espere aquí un momento. Primero le aviso al señor.¿Esperar? ¿Para qué? Si Benito sabía que venía a entrevistarlo, ¿iba a obedecer sin chistar?—No hace falta —respondí, girándome hacia la puerta—. No está haciendo nada indebido ahí dentro... ¿o sí?No le di opción. Avancé directo hacia la oficina. Álvaro intentó detenerme, pero no pudo.Empujé la puerta... y me quedé helada.Junto al ventanal, Yulia abrazaba a Benito por la cintura, con la cara hundida en su espalda, en una escena empalagosa.Mi risa sarcástica retumbó en la oficina y los sobresaltó. Se apartaron de golpe.Los ojos oscuros de Benito, cargados de sombra
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