Soraya, con solo verlas entrar, supo que no venían con buenas intenciones.Con una expresión serena, ignoró el tono burlón de Yolanda y preguntó con calma:—¿Qué quieren ordenar?Yolanda la miró con aire altanero.—A ver, geniecita, somos de la misma universidad… ¿hay descuento para compañeras?—Lo siento, yo solo trabajo aquí, no tengo autorización para dar descuentos.—Ah, ya veo —respondió y, de inmediato, comentó a sus amigas—: Pidan lo más caro, así apoyamos a nuestra “geniecita”. A lo mejor hasta le dan comisión y puede llevar algo extra a su casa.Las muchachas se taparon la boca entre risas agudas y molestas. Entonces, Juliana, que estaba cerca, notó la situación y se acercó.—Sora, ¿todo bien?Ella negó con un gesto y, mirando a Yolanda y a su grupo, dijo:—¿Van a ordenar o no? Si no, por favor, no muévanse de la fila.—Uy, qué afán —replicó Yolanda con indiferencia, volteándose a sus amigas—. Vamos, no retrasemos el gran trabajo de la genio.Cada una pidió una bebida y se apa
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